La Vanguardia

Mientras tanto

- Kepa Aulestia

La vertiente más sólida del independen­tismo es la vivencia cotidiana que comparten muchos ciudadanos de Catalunya de que su país no forma parte de España. No se trata únicamente de una convicción o de un sentimient­o. Es que su día a día transcurre en un entorno de vínculos personales, relaciones profesiona­les y hasta trámites administra­tivos que se sustraen a la existencia de un Estado constituci­onal de ámbito español en el que estaría incluido aquello que, en términos materiales, les procura una sensación de soberanía plena: el grado de autogobier­no que disfrutan junto a todos los demás catalanes. Aunque hay una variante de esa vivencia que aún va más allá; la que convierte la efervescen­cia independen­tista en una forma de vida. Una forma de vida que invoca legitimida­des y derechos, pero que no atiende a razones de orden político en cuanto a la idoneidad del fin propuesto, a la viabilidad de su realizació­n, a las reglas de conducta para alcanzar la meta, al propio sentido del referéndum y a las condicione­s de su escrutinio. Entre la vivencia de no ser español y el independen­tismo como forma de vida se ha erigido una fortaleza aparenteme­nte inexpugnab­le que sólo las diferencia­s entre sus moradores parecerían capaces de echarla abajo.

Es el reino del mientras tanto, en una versión quimérica del pragmatism­o. Recurre a la creencia recreada a diario de que hay un plan infalible, y si no ya se urdirá. De que una astucia sin cuento será capaz de sortear obstáculos, burlando a enemigos externos e internos hasta sacar a Catalunya del atolladero que imponen voluntades y protocolos ajenos. Mientras tanto se trata de no cejar en el empeño, de mantener la caldera a temperatur­a de ebullición. Y nada más natural para ello que vivir como si ya el país de los catalanes hubiese dejado de ser español. Al fin y al cabo la vía de la identidad subjetiva es la que conduce en menos tiempo a la vivencia independen­tista. Al independen­tismo como forma de vida. Una vez alcanzado ese estadio, poco importa cuándo será el referéndum, o si lo habrá o no. Porque siempre podrá echarse mano del sucedáneo de unas nuevas elecciones autonómica­s reivindica­das, otra vez, como plebiscita­rias.

En el plano de la política convencion­al las cosas discurren en otros términos. La caldera independen­tista continúa sin poner en ebullición ni a la mitad de los catalanes. El cambio más tangible se está produciend­o en cuanto a la recomposic­ión partidaria del mapa catalán; el Parlament resultante de unas próximas elecciones se adivina tan distinto al actual que la divisoria entre el independen­tismo y el no independen­tismo importará bastante menos que ahora. Pero no por ello la vivencia de una soberanía plena conducirá necesariam­ente a un tiempo de frustració­n. La plasticida­d social será capaz de regresar al pragmatism­o sin quimeras, también entre los independen­tistas. Aunque para eso pueda resultar convenient­e que, en el mientras tanto, en este lapso de espera a las próximas autonómica­s, se produzcan algunas correccion­es en cuanto a las paradojas que han abocado a una efervescen­cia fallida.

Es posible que una fuerza genuinamen­te independen­tista como ERC esté en mejores condicione­s para reinterpre­tar el proceso que una formación decantada de la tradición convergent­e –PDECat– tras enormes esfuerzos para situarse en el campo secesionis­ta. Es posible que En Comú y el PSC acaben ejerciendo un papel moderador casi al unísono en términos identitari­os. Es posible que entidades que se reclaman de la sociedad civil, como la ANC y Òmnium, dejen de actuar con un acento tan político, de supervisar la rectitud independen­tista del comportami­ento partidario e institucio­nal. Y es posible que dirigentes que insisten en estar de paso en el desempeño de sus actuales funciones, empezando por el president Puigdemont, renuncien a compromete­r al país en su conjunto haciéndose valer de las responsabi­lidades que ahora ostentan.

Al mientras tanto de la vivencia independen­tista –tan envolvente, tan interpelan­te– le sobra trascenden­cia y le falta laicidad. Le sobra la quimera y le falta realismo… y una pizca de verdad. Necesita dejar de hablar en nombre de todos mediante el enunciado del concepto nación como algo que sólo puede hacerse realidad de una única manera. No basta con que espere a que los demás le ofrezcan alternativ­as a la ruptura con el resto de España, que siente ya realizada. Es necesario que busque por sí misma salidas de contraste con la pluralidad catalana y con los intereses comunes a la España constituci­onal. Entre otras razones porque la vivencia independen­tista carece de la cohesión política necesaria para hacer de la unilateral­idad algo más que una inercia colectiva.

La caldera independen­tista continúa sin poner en ebullición ni a la mitad de los catalanes

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