La Vanguardia

Malas noticias

- Miquel Roca Junyent

En Turquía, Erdogan gana un referéndum por la mínima con indicios de muchas irregulari­dades. Un país dividido, en el que las tres grandes capitales se han manifestad­o contrarias a la reforma propuesta por Erdogan para afincarse en el poder más absoluto. De Turquía no llegan, pues, buenas noticias.

En EE.UU., Donald Trump pretende reconcilia­rse con los americanos y con sus socios europeos tirando bombas y más bombas. El hombre que predicaba el aislacioni­smo se está redescubri­endo como el más agresivame­nte intervenci­onista. De nuevo, una sociedad dividida vive inquieta la deriva populista de un presidente que arrincona la ideología para abrazar lo que sea que le dé más poder. No importa el “qué hacer”, sino “poder hacerlo”. Si se hace, quiere decir que se manda, y eso –y sólo eso– es lo que se pretende.

En Francia, dentro de pocos días la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales definirá a dos candidatos sin mayoría política clara, pero que se confrontan para imponer su ambición personal. Se trata de provocar la división en la sociedad francesa por así justificar liderazgos personales cargados de populismo y de oportunism­o. Para Marine Le Pen, la división social es su esperanza; trabaja para profundiza­rla, para confrontar a los franceses y, con eso, ella gana. Francia, no; ella, sí.

Y Macron, sin partido ni ningún tipo de base definida, presenta la división como el riesgo que hay que superar, pero sin ofrecer ni proponer otra cosa que no sea su propia y exclusiva ambición; necesita de la división para liderar la unidad en torno a su persona. Y Mélenchon, desde una vertiente más ideológica –al menos aparenteme­nte–, llama a un voto irritado que necesita también de la división y de la confrontac­ión. Invita a votar “en contra” con una oferta cargada de escenograf­ía que, muy a menudo, recupera un estilo gaullista sorprenden­te. Y, finalmente, Fillon encuentra en la división confrontad­a la explicació­n que necesita para justificar sus desgracias. Todos, todos los candidatos quieren, necesitan y se aprovechan de la división entre dos grandes bloques sociales.

Malas noticias. Lo son para aquellos países, pero también lo son para todos nosotros, europeos o no, pero para los europeos especialme­nte. No es bueno que los programas desaparezc­an; ni va bien que las ideologías se desmenucen al servicio de la demagogia y del populismo. No es bueno acostumbra­rse a convivir en el deseo de confrontar más allá de la vocación para construir. La política, cuando abandona el objetivo de integrar voluntades diversas en un proyecto colectivo, se convierte en un peligro que siempre acaba mal.

Curiosamen­te, cuando la situación económica y social requeriría grandes acuerdos, mayorías sociales anchas y de un gusto por la transversa­lidad, la reacción política va en la línea absolutame­nte contraria. Se busca la radicalida­d sin valorar los abismos que se pueden abrir entre unos y otros; no importa, lo que se pretende es conseguir un poder al servicio de los objetivos más próximos aunque no sean compartido­s por amplias mayorías. Esta es una estrategia conocida por los dramas que ha provocado. Turquía lo sufrirá, EE.UU. ya lo nota, Francia se mueve en la perplejida­d paralizado­ra y regresiva.

Son malas noticias y, sobre todo, malos ejemplos. ¿Es necesario seguirlos para descubrir su coste? Esperemos que no sea así. Pero, de momento, malas noticias.

No es bueno que los programas desaparezc­an; ni va bien que las ideologías se desmenucen al servicio de la demagogia y del populismo

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