La Vanguardia

Llamarse Pin sin tener PIN

Recuerdo la vehemencia con la que me propuse desmentir a Pin cuando decía que la lengua catalana era “poco apta para jugar”

- Màrius Serra

Sant Jordi se transforma en el comodín de los eventos. Tiene tan buena prensa que todo el mundo quiere apropiárse­lo y aprovechar­se de él. Este año, aparte de los libros y las rosas, nos quieren vender números de la Grossa y también habrá mesas del Pacte Nacional pel Referèndum. Cuando el editor valenciano instalado en Barcelona Vicente Clavel Andrés se inventó el día del libro en 1926 no se lo podía ni imaginar. Clavel también era escritor, traductor y periodista, y llevaba una flor en el apellido, pero si le llegan a decir que un siglo después las masas invadirían las calles de Barcelona se habría puesto las manos en la cabeza. Además de las transaccio­nes, estos días se convoca todo tipo de actos que tienen la letra impresa en el punto de mira. Entre los académicos, este jueves día 20, a las siete de la tarde, la Reial Acadèmia de les Bones Lletres celebrará en sesión pública la acogida del nuevo Académico Electo Joan Martí i Castell, catedrátic­o emérito de Filología Catalana por la Universita­t Rovira i Virgili de Tarragona, de la cual fue el primer rector. Joan Martí, que en su día presidió la Secció Filològica del IEC, leerá su discurso de ingreso, que lleva por título “Josep Pin i Soler: el personatge i la competènci­a lingüístic­a”, y será contestado en nombre de la Corporació­n por el Académico Numerario Manuel Jorba i Jorba.

El personaje estudiado por el doctor Martí es muy interesant­e. Josep Pin i Soler (1842-1927) fue un novelista y dramaturgo tarraconen­se muy francófono, entre otras cosas porque tuvo que exiliarse a Francia. Entre sus obras más reeditadas figuran las tres primeras que publicó, una trilogía sobre la misma familia: La família dels Garrigas (1887), Jaume (1888) y Níobe (1889). En la primera topé, hace más de treinta años, con un breve episodio que me quedó grabado. De hecho, debe de ser una de las primeras apreciacio­nes explícitas sobre la capacidad del catalán para el juego verbal. El hijo de la familia llega tarde a casa y se encuentra a su padre cabreado. Improvisa una excusa que empieza con un dubitativo “–És que...” y el padre le corta diciéndole: “–L’esca s’encén... vés-te a assentar”. Y entonces el narrador, tras un verbo dicendi, añade una descripció­n valorativa del juego homofónico entre és que y esca: “Fent un dels rars calembours, com ne diuen els francesos, que permet la llengua catalana, clara i poc apta a joguines”. Lo recuerdo como un acicate que me motivó justo cuando empezaba a planear los artículos de enigmístic­a sobre juego verbal que publiqué en el Avui entre 1989 y 2007. Cuando Pin i Soler escribía que el catalán era una lengua “poco apta para jugar” en Francia los calembours ya tenían una sólida tradición literaria. Recuerdo la vehemencia con la que me propuse desmentir su apreciació­n. Y así hasta hoy.

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