May convoca elecciones en junio para blindarse y poder negociar un Brexit duro
La maniobra de la premier pilla a los laboristas sin liderazgo y divididos
Pese a haberlo negado repetidamente en las últimas semanas, la primera ministra británica, Theresa May, cuyo partido aventaja en 21 puntos a la desorientada oposición laborista, no ha podido resistir la tentación de convocar elecciones. May pretende dotarse de un Parlamento más afín para poder llevar adelante una versión dura del Brexit.
Pedro negó tres veces a Jesús, y Theresa May negó tropecientas veces la convocatoria de elecciones anticipadas. Pero al final, como pronosticaban los escépticos, su palabra ha valido muy poco en comparación con la realidad aplastante de unas encuestas que dan una ventaja de 21 puntos a los conservadores sobre la oposición laborista. De un lado de la balanza estaba el deseo de no jugar con la política y el proceso electoral, de parecer una líder seria. Del otro, la perspectiva de aumentar la mayoría parlamentaria, silenciar a los críticos y gozar de un mandato propio para negociar su visión personal del Brexit. A la hora de elegir, no ha habido color.
Tres mil quinientos kilómetros separan Londres de Ankara, pero no hay que ser un líder tan autoritario como Erdogan para buscar más poderes, para pretender que el poder ejecutivo prevalezca sobre el legislativo y el judicial, para combatir la disidencia, para controlar el cotarro lo máximo posible. Con una raquítica mayoría de 17 escaños en los Comunes y un Partido Conservador dominado ahora por los euroescépticos pero con un sector importante que no ve claro lo de irse del mercado único, Theresa May ha optado por la vía más rápida, que consiste en anticipar elecciones. El lunes de Pascua informó de sus planes a la reina, y ayer lo anunció por la mañana a la puerta de Downing Street, pillando por sorpresa a una prensa británica que, con la Semana Santa, hasta se había olvidado por unos días del Brexit.
Pero la convocatoria tiene todo que ver con el Brexit, como admitió la propia May al decir que “se trata de una cuestión de liderazgo, de proporcionar estabilidad y certidumbre, de poder negociar la salida de la Unión Europea y los nuevos tratados comerciales de la manera que desean los británicos”. A la líder conservadora se le ha visto más que nunca esa pluma nacionalista, autoritaria y demagógica que denuncian sus críticos, y que la lleva a ignorar al 48% de ciudadanos que votaron por la permanencia como si no existieran, y a quienes desafían sus designios como “ciudadanos de ninguna parte” (es decir, malos patriotas), o , en palabras de su aliado el
Daily Mail, “enemigos del pueblo”. “Todo el mundo sabe que me he resistido a adelantar las elecciones,
pero al final he llegado a la conclusión de que el país las necesita, y las necesita ahora –dijo–. Con laboristas, liberales y los lores dispuestos a obstruir y torpedear hasta los más mínimos detalles de las negociaciones con Bruselas, es la única solución”. Para ello, May va a tener que pasarse por alto la ley de mandatos fijos de cinco años promovida por su predecesor, David Cameron, e introducir una moción de censura contra su propio Gobierno que será votada hoy en los Comunes, siendo necesaria una mayoría de dos tercios. El líder laborista, Jeremy Corbyn, a pesar del estado catatónico en que se encuentra su partido, ha anunciado que la va a apoyar.
“Bienvenidas sean las elecciones –señaló Corbyn, un dirigente honesto, pero probablemente una de las personas menos cualificadas para dirigir un partido, por su falta absoluta de poder de persuasión, de dotes organizativas y de capacidad para ofrecer una visión y transmitir un mensaje–. El Reino Unido necesita desesperadamente un gobierno que ponga por delante los intereses de la gente, que arregle una economía que se está viniendo abajo, que acabe con la austeridad y los recor- tes, que mejore el nivel de vida y que consiga un Brexit en el que no nos quedemos peor que antes”. Cuando habla, incluso parece un personaje serio en sus planteamientos de socialdemocracia tradicional. Pero cuando pone manos a la obra es tan desastroso que hasta su grupo parlamentario lleva años intentando gestar sin éxito un golpe de Estado, y decenas de miles de tradicionales votantes del Labour han abandonado el barco para subirse al del UKIP.
Es por eso, el imperio de la realpo- litik, que May ha cedido a las presiones del partido y ha llamado a las urnas, con el inconveniente de haber roto su palabra, de que los votantes interpreten la decisión como oportunista y de que se dediquen a la campaña siete semanas que habrían podido ser útiles para avanzar las negociaciones del Brexit (los comicios van a ser entre las elecciones francesas y las alemanas de septiembre, cuando realmente empezará el diálogo serio con Bruselas y Berlín, ya sea Merkel o Schulz).
Por otro lado, las ventajas potenciales son enormes, siempre y cuando el 21% de ventaja de los tories sobre los laboristas se refleje en las papeletas. La precaria mayoría de 17 escaños se convertiría, según las cuentas de la lechera de los conservadores, en incluso más de un centenar, los brexiescépticos no tendrían más remedio que callarse, adiós al obstruccionismo en los Comunes y en los Lores, y viento en popa a toda vela para la visión de May de un Brexit de acero en el que la inmigración es más importante que la economía, y la soberanía nacional más que el comercio. Al celebrar ahora elecciones, la primera ministra consigue una especie de segundo referéndum no oficial sobre la ruptura con Europa antes de que se empiecen a sentir de verdad los efectos nocivos de la salida, cuando más de la mitad del país está aún imbuida de un fervor cuasi religioso, eufórico con el divorcio de la UE, reminiscente de un imperio que ya no existe. Y como valor añadido, la posibilidad del fin del monopolio del SNP en Escocia, lo cual debilitaría la demanda de un plebiscito independentista.
Pero también hay riesgos, como que las encuestas se equivoquen de nuevo, esta vez en contra de los tories. Que los votantes se sientan utilizados. Que los liberales demócratas canalicen el voto proeuropeo y roben escaños al gobierno. E incluso que el Labour, por hundido y dividido que esté, resista mejor de lo previsto. Al fin y al cabo, ya perdió hace dos años casi todos los asientos que podía perder, y sólo le quedan sus bastiones tradicionales, donde es más difícil hincar el diente. Que el monopolio del SNP se mantenga. Toda una movida electoral para ganar sólo diez o quince diputados sería interpretada como un fracaso. “Creo que se trata de un grave error de cálculo –ha acusado la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon–, con el fin de aplastar a la oposición, eliminar a los enemigos e interponer los intereses del partido a los de la nación”.
Son palabras duras, pero en el Reino Unido todo el mundo juega últimamente muy fuerte desde la revolución del Brexit. “La elección es entre un gobierno fuerte y estable o una coalición débil”, dice May, ansiosa de consolidar su poder, tener su propio mandato y negociar como quiera con Bruselas, antes de que en la economía pinten bastos y la pócima mágica que ha bebido más de la mitad del país deje de surtir efecto. Como hija de un vicario, la premier se sabe al dedillo el testamento. “Tres veces me negarás antes de que cante el gallo”, le dijo Jesús a Pedro. Y así fue.
RAZONES May no fue elegida y carece de un mandato popular para hacer su revolución nacionalista ASPIRACIONES Ampliar la mayoría en los Comunes, callar a la oposición y debilitar al SNP en Escocia PELIGROS Que las encuestas se equivoquen, el Labour y el SNP aguanten, y suban los liberales