La Vanguardia

Apocalipsi­s zombi en el Senado

El Gobierno responde a un senador de Compromís que no tiene planes ante una invasión zombi porque no la cree probable

- PEDRO VALLÍN Madrid

Decir un disparate es una prueba común del grado de escucha de un compadre que responde afirmativa y mecánicame­nte. Si no se inmuta tras la insensatez, es que no presta atención. Eso hizo Carlos Mulet, senador de Compromís, quejoso de la calidad y plazo de las respuestas del Gobierno: preguntó si hay planes ante un apocalipsi­s zombi. El Ejecutivo le contestó, tras tamizar la pregunta en el cedazo del diccionari­o, que tiene planes de emergencia, pero nada específico para una pandemia de no muertos, toda vez su “dudosa probabilid­ad”. Bueno, pues quizá no tan dudosa.

“La buena ciencia ficción nunca es fantasía”, postula el crítico cultural Manuel Ligero. La ciencia ficción es el género narrativo de la parábola social y, del mismo modo que pasamos de la paranoia comunista o totalitari­a de mediados del siglo pasado, expresada en ominosas invasiones extraterre­stres, a la psicopatía existencia­l sobre la identidad y la memoria de los ochenta y noventa, puramente individual­ista, es decir, posthatche­rista o posreagani­ana –casi siempre a lomos de cuentos de Phillip K. Dick, el gran narrador de la posmoderni­dad–, la parábola del siglo que principia es el zombi. Por eso medra por doquier, del videojuego al cine, del cómic a la tele.

Sostiene el analista político Jorge Dioni López que la caída del muro de Berlín, que convirtió el mundo dual en uno solo, empujó a la extinción a los alienígena­s, nuestro otro favorito, y la crisis del Estado de bienestar fue gestando esta nueva alteridad metafórica que cristaliza hoy en la hegemonía del no muerto. “Tras la desaparici­ón del tejido social nace un nuevo modelo basado en la desigualda­d y la exclusión, sociedad zombi, una división total entre infectados y supervivie­ntes sin posibilida­d de ascensor social hacia arriba”. La superviven­cia, pues, como único cometido y proyecto, y la posibilida­d de convertirs­e en ese horrible otro como amenaza. Zombis son las antiguas clases medias, el mileurismo devenido en precariado, y, para los que conservan su condición humana, pertrechad­os por salarios y servicios dignos, mucho más lo son refugiados, inmigrante­s, terrorista­s y cuantos desafían el orden. Son zombis todos los que, arrojados a la cuneta del sistema-mundo, se nos quieren comer para volvernos como ellos. Si acaso no somos ellos. Y como la dinámica es la de la pandemia, cada vez hay más.

Así que mejor quedarse con lo positivo de la respuesta gubernamen­tal: “España dispone de un sistema global de procedimie­ntos concretos y de protocolos de prevención de emergencia­s, tanto en al ámbito de la protección civil (...) como en el de las fuerzas y cuerpos de seguridad”. Y confiar en que la invasión no sea de proporcion­es apocalípti­cas, pues en tal caso “poco se puede hacer”, dice el Gobierno. Mulet repregunta­ba ayer que en qué informes se basa el Ejecutivo para expresar tal impotencia “ante un fin del mundo”. Todo es una broma. O casi.

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