La Vanguardia

¡Convivo con una lavadora nueva!

- Joaquín Luna

Hoy es un día grande en mi vida y en la de todo divorciado: ha entrado una lavadora nueva en casa (y encima parece ecológica). Es de esas alegrías que uno necesita compartir y, como vivo solo, he decidido compartirl­a con los lectores, sí o sí. ¡Y la compré sin ayuda arbitral! No se crean que soy un guarro que vivía sin lavadora. Mi ático es pequeño, tiene vistas, una chimenea para otros climas y aunque alguien podría maliciar que es un picadero, se trata de una casa muy decente, donde las sábanas y las toallas se cambian. ¿Cada cuánto se cambian? Depende. La anterior lavadora ha sido un electrodom­éstico fiel y ayer, cuando la retiraban, me arrepentí de haber pensado –al verla por primera vez– que lo nuestro duraría poco. ¡Veintiún años de convivenci­a! Adquirida en París, en plan lo penúltimo más barato, siempre cumplió su parte.

Hasta hace dos semanas: la ropa salió empapada y tenderla por los radiadores y la barra de la ducha estuvo a punto de crear un conflicto conyugal conmigo mismo –tú y tus manías de negarte a usar pinzas y tendedores porque hacen casado–. La semana pasada, el drama: la mitad de las prendas secas, la otra mitad chorreando.

La relación con la lavadora francesa ya no daba más de sí, de modo que pisé una tienda de electrodom­ésticos de proximidad. Buf, había al menos docena y media de modelos. ¡Qué agobio! Unas secaban, otras no.

Fui directo a un dependient­e con andares de casado y le pedí una lavadora fiel a mi filosofía de vida: –Sin complicaci­ones. Los precios fueron una sorpresa: ¡me parecieron baratos! Salí comprometi­do con una Grundig –quiero creer que fabricada en Alemania– por 378 euros, lo que rebajó mi pesimismo sobre los años que nos quedan a la clase media para seguir viviendo a la manera de la clase media del siglo XX.

–Y tiene un programa de lavado de 14 minutos.

¡Si lo hubiera sabido antes, en los días de dobletes! Herr Grundig debería ordenar a los de marketing:

–¡Tenemos que vender este modelo como “lavadora del divorciado feliz”!

Un divorciado trata, naturalmen­te, de tener sus rutinas domésticas: un día a la semana para lavar, una botella en la nevera con burbujas que suban a la cabeza sin matar a nadie y una cama limpia y presentabl­e.

¿Hay alguna diferencia con la vivienda de una pareja con o sin niños? Las visitas. Los divorciado­s también somos hijos de Dios y nos gusta dar buena impresión a las visitas: se trata de que el piso invite a entrar y predispong­a a no quedarse.

Y, sí, estoy muy feliz porque además de lavar en 14 minutos en casos extremos mi Grundig tiene marcador digital, una pantalla que permite ver lo bien que lava y es silenciosa.

¡Ojalá tenga lavadora hasta que la muerte nos separe!

Se fue la francesa y entró una alemana, lo que rebajó mi pesimismo sobre el porvenir de la clase media

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