La Vanguardia

Hay victoria en la derrota

CARLOS SLEPOY (1944-2017) Abogado de derechos civiles

- SANTIAGO TARÍN EDUARDO MARTÍN DE POZUELO

Carlos Slepoy era un hombre dedicado a las batallas imposibles. En la Argentina que acabó en dictadura defendía a sindicalis­tas. En Madrid acusó a los autócratas de su país y a Pinochet. Y en la capital de España intercedió por un joven ante un miembro de las fuerzas de seguridad ebrio, que le acabó descerraja­ndo un tiro en la espalda, a consecuenc­ia del cual su salud quedó maltrecha; la salud que el pasado lunes se quebró definitiva­mente a los 67 años.

Había nacido en Buenos Aires el 2 de octubre de 1949 y allí estudió derecho. Siendo un joven abogado formó parte de un grupo de letrados que defendía a activistas sindicales. El 15 de marzo de 1976, a días del golpe de Estado militar, fue secuestrad­o en una confitería del barrio de Chacarita por miembros de la Alianza Anticomuni­sta Argentina, la Triple A. Entre otros lugares estuvo en la siniestra Escuela Mecánica de la Armada, la ESMA. En octubre de 1977 fue expulsado del país. Cinco de sus compañeros en la defensa legal no tuvieron tanta suerte: están desapareci­dos.

Al abandonar su país se estableció en Madrid, donde comenzó a trabajar como abogado laboralist­a en la UGT. El 17 de enero de 1982, en la plaza Olavide de Madrid, medió ante un miembro de las fuerzas de seguridad en estado de embriaguez, que intimidaba con su pistola a unos jóvenes. El resultado fue que le disparó a él por la espalda y le dejó heridas en la región lumbar, con secuelas permanente­s y que, con el tiempo, le postraron en una silla de ruedas.

El nombre de Carlos Slepoy estará siempre vinculado a las investigac­iones que se llevaron a cabo en la Audiencia Nacional por los españoles desapareci­dos en Argentina y Chile, a raíz de la querella presentada por el entonces fiscal Carlos Castresana y que acabaron confluyend­o en el magistrado Baltasar Garzón. Una pelea desigual, pero que tuvo consecuenc­ias inesperada­s. Pinochet fue detenido en Inglaterra, y tras un largo proceso devuelto a Chile por su mala salud, de la que se repuso nada más tomar tierra en Santiago pudiendo dejar por arte de magia la silla de ruedas en la que estaba postrado. Además, un militar argentino. Adolfo Scilingo, fue juzgado y condenado en Madrid. Los efectos de aquella iniciativa causaron problemas políticos al gobierno español, pues los sumarios se extendiero­n a Guatemala y el Tíbet, implicando en este al ejecutivo chino. Así que se acabó modificand­o la ley para reducir el ámbito de la justicia universal.

Segurament­e el nombre de Carlos Slepoy no figurará en los libros de historia. Forma parte de los miles de hombres y mujeres finalmente anónimos que inician batallas contra molinos de viento, destinados a ser vencidos, pero que consiguen cosas que hoy se aceptan como normales: el voto femenino, la jornada laboral, la persecució­n de la tortura, los derechos civiles, en suma. Bonachón, de cuerpo grandote que no sostenían sus quebradas piernas, de tierna sonrisa, poco dado al protagonis­mo, se emocionaba cada vez que alguien prestaba atención a las víctimas a las que él reivindica­ba, fueran de donde fueran. Carlos Slepoy no renunciaba a ninguna pelea en pro de los derechos civiles, porque a pesar de que hoy en día una buena parte de la sociedad piensa que son inmutables, él sabía que se pierden con facilidad.

Slepoy atisbaba un futuro mejor a la vuelta de la esquina, por mala que fuera la situación o desigual la lid. Por eso nunca renunciaba a la tarea, aunque de salida le dieran como perdedor o nunca fuera reconocido su éxito. Era un hombre de guerras perdidas, pero también hay victoria en las derrotas.

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ENRIQUE GARCÍA MEDINA / EFE

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