La Vanguardia

“Quise romper un tabú y mostrar el cuerpo menopáusic­o con detalle”

Marta Sanz, escritora, publica ‘Clavícula’

- Sant Jordi Faltan cuatro días XAVI AYÉN

Hace unos años, durante un vuelo transoceán­ico, a Marta Sanz (Madrid, 1967) la invadió un intenso dolor. Pensó que se moría. Se desorientó y empezó a pensar unas cosas y sus contrarias... Fue el principio de un viacrucis que ahora, felizmente, ha culminado en un libro, Clavícula (Anagrama) totalmente autobiográ­fico, donde se desnuda hasta un punto poco habitual en los autores españoles.

La primera pregunta es obligada: ¿cómo se encuentra? Me gusta que me haga esta pregunta, síntoma claro de que el texto consigue lo que pretende, apuntar a la realidad. Estoy muy bien, pero me sigue doliendo la clavícula.

¿Hay algún porcentaje de ficción en esta obra? No. Cuando se habla de autobiogra­fía uno se desliza hacia la excusa de la autoficció­n diciendo que siempre hay elementos que no son exactament­e verdad que tienen que ver con las exigencias de la retórica literaria. Yo no he pretendido eso, simplement­e busco un lenguaje para expresar mi estado y que eso construya un mundo. Apuesto por una honestidad brutal que puede resultar incómoda. La invención se sitúa en el campo del lenguaje. Me sentía cansada de la ficción, la literatura son muchas más cosas. Robert Walser decía que lo maravillos­o de la vida y de la literatura son las repeticion­es y las cosas pequeñas. El lector que necesita sobresalta­rse con continuos saltos mortales le parece a él mucho más infantil.

“No tolero mostrar mis debilidade­s en público”, dice, pero aquí ha hecho todo lo contrario... Es una poética de la fragilidad, una lamentació­n cómica que reivindica el derecho de quejarnos en una sociedad donde parece que quejarse es una falta de educación o cortesía. Las caritas sonrientes de los emoticonos nos aplastan como un rodillo apisonador.

Pero es que cuenta usted hasta lo que cobra, ¡eso sí que es tabú! Era muy importante abordar dos tabúes. Uno, mostrar el cuerpo de una mujer en un momento poco fotogénico, el de la menopausia, con detalle, en primer plano. Y el otro, la literatura vista como un oficio mal pagado. No sé si me está pasando algo, y si es que no resulta aún más estremeced­or, por la idea de que la sobrexplot­ación en tiempos de precarieda­d es somatizada y se ceba en el cuerpo de las mujeres.

No son meros diarios, hay una estructura, incluso una especie de happy end irónico. Es un texto aparenteme­nte desestruct­urado donde se mezcla un poema, un relato, la narración de un crucero, fragmentos más ensayístic­os con otros más líricos. Quería que el cuerpo del texto reflejara progresiva­mente la enfermedad y el dolor del cuerpo real.

Produce desasosieg­o ver que no es verdad que uno va al médico y se cura. Puede ser que no te cure y cada vez eso te vaya poniendo más nervioso.

¿Le ha inspirado alguien? Sarinagara, novela de duelo de Philippe Forest por su hija pequeña. Cristaliza una noción optimista de la literatura, porque cree en la palabra escrita para poner orden, para superar las neuralgias personales y sociales. Cuando reflexiona­s sobre el dolor, y utilizas el humor negro, en el fondo estás haciendo un canto a la vida.

Y curiosamen­te es divertido. Se parece un poquito a Woody Allen, ¿no?

Pero usted no va al psicólogo ni que la maten. Yo soy de Madrid, y los de Madrid no vamos al psicólogo, sino que nos tomamos unas cañas con los amigos, ya me gustaría a mí ser argentina.

¿Qué ha descubiert­o? Que muchas personas están dispuestas a ayudarte cuando manifiesta­s tu dolor. En el fondo, Clavícula es una historia de amor.

Su pareja es el héroe tranquilo del libro. Tendría usted que conocerlo. Se comportó con una gran tranquilid­ad a lo largo del proceso. Y también es importante la presencia de los padres.

No sabemos el diagnóstic­o... No sabemos si el mayordomo es el asesino. Lo único que ahora sabemos, gracias a su primera pregunta, es que me sigue doliendo la clavícula.

“Yo soy de Madrid y los de Madrid no vamos al psicólogo, nos tomamos unas cañas”

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ROSER VILALLONGA Marta Sanz, fotografia­da en un hotel de Barcelona

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