Su obra perdurará
Con motivo de la exposición sobre Cy Twombly en el Centro Pompidou, Éditions du Seuil acaba de publicar un libro breve de Roland Barthes que recoge dos artículos que el escritor dedicó al pintor estadounidense durante la década de 1970. Me gusta mucho cómo comienza la breve nota del editor que encabeza el libro: “Cuando Ivon Lambert llama a Roland Barthes durante la segunda parte de los años 1970 para hablarle de Cy Twombly, su acogida es reticente”. Barthes no quiere escribir más por encargo, pero el galerista insiste. Y el resultado de esta insistencia es espléndido, porque los dos textos que Barthes escribirá tras revisar la obra del pintor, y de encontrarse personalmente con él, constituyen un pequeño tratado sobre la condición del artista, sobre el tipo de moralidad que lo caracteriza. Barthes culmina los dos textos de la misma manera, con el eco de unos versos del Tao Te King, que él adapta en relación con la singularidad del artista y su obra: “Produce sin apropiarse de ello, / Actúa, sin esperar nada, / Culmina su obra, pero no se atribuye ningún mérito, / Y precisamente porque no se atribuye ningún mérito, / Su obra perdurará”.
Esta es una gran idea que ilumina nuestro panorama: la obra perdura justamente porque el que la hace no especula con ella. A cambio de este “no esperar nada” lo que el artista necesita es poder hacer su obra en condiciones favorables, y no encontrarse en un medio hostil o indiferente. Saber cuidar esta diversidad es una de las cosas esenciales para el progreso cultural de una comunidad. Y esta diferencia, por mucho que las autoridades políticas proclamen a menudo el cultivo de la diversidad, muchas veces está en peligro. Y el precio que se paga por esta desprotección es demasiado alto. Es sencillamente inaceptable.
Estos días el cineasta Oliver Laxe ha escrito en El País un texto de título explícito, “El monocultivo del cine español”, donde reclama la necesidad de esta biodiversidad creativa, como consecuencia de la negativa de TVE de ayudar a la financiación de su nuevo proyecto. El año pasado, Laxe junto con Albert Serra y Juanjo Giménez fueron protagonistas destacados en el Festival de Cannes, con premios para Mimosas (Laxe), Timecode (Giménez) y un reconocimiento absoluto para La mort de Louis
XIV (Serra), que iba fuera de competición, pero que también encontró un espacio en el palmarés gracias al premio especial otorgado a su protagonista, Jean-Pierre Léaud. Este año 2017, Cannes no ha acogido ningún filme del Estado español. Cuando esto ocurre unos le quitan importancia, otros buscan supuestas confabulaciones en la organización del festival, y otros lo miramos como una especie de termómetro anual sobre nuestro nivel de responder a las exigencias artísticas del cine. Porque una de las virtudes y los retos de los artistas cinematográficos es que sitúan el valor de sus obras en el contexto internacional, sin contentarse sólo con el calor de la proximidad.
En toda reforma que se pueda hacer sobre el apoyo a la creación, la diversidad debe estar en primer término. En el campo del cine es quizás uno de los lugares donde esta cuestión se plantea de manera más radical, porque la negociación entre arte e industria se realimenta. No hay industria real sin el reconocimiento al trabajo artístico de cineastas singulares. Aquellos cuya obra perdurará.
No hay industria real sin el reconocimiento al trabajo artístico de cineastas singulares