París reivindica el arte africano
Más de sesenta artistas contemporáneos presentan sus creaciones en la capital francesa
Incontinente, el continente africano se multiplica entre abril y mayo, en París, por amor al arte. El moderno: pintura, dibujo, esculturas, música, vídeo, creaciones sonoras, con instalaciones monumentales y la firma de sesenta artistas en La Villete. Pero sin olvidar el pasado: el África de las rutas –“estéticas, coloniales, comerciales, transportes, con 300 esculturas, orfebrería y otras piezas, de la prehistoria hasta hoy”– en el Quai Branly-Jacques Chirac, cuyo Picasso Primitif se sumaría al despliegue africano.
En 1.100 m2, Tesoros islámicos de África (Instituto del Mundo Árabe) repasa “trece siglos de intercambios culturales y espirituales, de Dakar a Zanzíbar, de Harar a Tombuctú, con el Magreb y Oriente Medio”. Y hay doblete en las galerías Lafayette: arte africano en la Galerie des Galeries y moda de África en las plantas.
El movimiento desbordó París, con una extensión de Afrique capitales en Lille: Hacia el Cabo de Buena Esperanza, invitación al viaje en la obra de 40 artistas.
Si el árbol de los humanitarios –el hambre y las enfermedades carenciales– no deja ver el bosque –las megalópolis, la cantidad de móviles, los nuevos millonarios, la moda–, un tópico pertinaz difumina también el arte africano.
Hace dos años hubo una doble caída de arquetipos. El nigeriano Okwui Enwezor, por otra parte director de la Haus der Kunst de Munich, fue comisario de la Bienal de Venecia, que dio su León de Oro al ghanés El Anatsui, cuyo Paths to the Okro Farm (cortina metálica de 345 cm) se había vendido el año anterior, en Sotheby’s Nueva York, por un millón y medio de dólares. Y en París, un inesperado éxito popular refrendó Beauté Congo, un siglo de arte congolés en la Fondation Cartier –donde ya había triunfado Chéri Samba–, repercusión repetida en el 2016 por Seydou Keita en el Grand Palais. Dos precursores: Magiciens de la terre (La Villete, 1989) y Africa Remix (Pompidou, 2005)
Esta primavera, mientras los lectores intentaban asimilar la biblioteca de ilustres desconocidos que presentaba el Salon du Livre, con Marruecos como país invitado, Marie-Anne Yemsi, comisaria de la feria de arte Afrique Art Paris 2017 (20 galerías africanas entre las 140 participantes), deploraba la somnolencia de su país. “Este año, en la Bienal de Dakar, representantes de la Tate y el MoMA contrastaban con la ausencia de representación oficial francesa”.
Pero Elisa Atangana, comisaria de la reciente bienal de Kampala, desconfiaba, en Libération, de “una etiqueta arte contemporáneo africano, similar a la etiqueta world music”. Matices que no impiden considerar esta temporada parisino-africana como fuente de sorpresas y revelaciones. Precisamente, Simon Njami, responsable de Africa Remix, retorna con el múltiple Afrique capitales (La Villete y Lille, hasta el 28 de mayo).
Njami (novelista, creador de la Revue Noire) inscribió su Afrique capitales en el festival 100% Afriques, de La Villette. Y le creó la emanación de Lille. Nacido en Lausana de padres cameruneses, devoto de Boris Vian y Faulkner, Njami vive en París, donde su Revue Noire es considerada, hoy, la más importante antología de la creación contemporánea en África. Trabajo a contracorriente, el suyo, hace 30 años, “cuando lo relacionado con el continente era tema de antropólogos y jamás un negro había pisado Kassel o Venecia”, hasta que su Africa Remix reveló 90 artistas africanos contemporáneos .
Tampoco él cree en “esa etiqueta de artista contemporáneo, que nadie se atrevería a endosar a un crea- dor de Asia o Europa”. En La Villette el tema es la ciudad. Y mezcló “artistas con pasaporte africano con Josep Kosuth, que viene de Estados Unidos, el francoamericano Jean Lamore o Lavar Munroe, de Bahamas, cuya única obsesión es Don Quijote”. Y si Romuald Hazoume, que vive en su Benin natal, comparte galerista con Koons y Hirst, según Njami el mercado “no es todavía especulativo: las obras de la mayor parte de los artistas cotizan entre 10.000 y 20.000 euros”.
Los aficionados a la música contemporánea deploran que en los veranos europeos sólo suenen Mozart o Beethoven, que las grandes exposiciones sólo apuesten por nombres conocidos. Ese confort se ha roto ahora en La Villette, Galerie des Galeries, Art Paris o Lille. Los habituales conocedores han debido confesar su sorpresa. Y apuntar nombres de artistas tan consolidados como desconocidos por aquí. Por ejemplo: Pascale Marthine Tayou, Aïda Muluneh, Safaa Mazirh, Abdoulaye Konate Godfried Donkor, Mohau Modisakeng, Moffat Tadakiwa, Billie Zagewa, Yinka Shonibare...
O Alexis Peskine, presente en el vernissage de La Villete. Todo un símbolo: nacido en París en 1979, de madre afrobrasileña y padre francoruso, abuelo judío escapado de los campos de concentración, a los 17 años partió a Estados Unidos para jugar al baloncesto. Autor de enormes retratos en relieve trabajados con nueve tallas de clavos, “referencia a las serigrafías de Warhol y al grano de la piel, emblema del mestizaje”, es conocido también por sus vídeos. Como aquel en el que un Cristo negro lleva corona, no de espinas sino de torres Eiffel.
Y esta minitemporada tendrá sonoro relanzamiento el día 26: la Fondation Vuitton, transformada en locomotora de exposiciones tras el éxito popular –1.200.000 visitantes– de la muestra Chtchoukine, presenta tres enfoques: Les Initiés –por primera vez en París la emblemática colección de arte africano contemporáneo de Jean Pigozzi–, Être –el dinámico escenario del arte contemporáneo que es Sudáfrica– y obras de la propia fundación.
La Ciudad de la Luz se llena de obras de arte moderno, sin olvidar el pasado del continente