Por favor, videoarbitraje
LA PRÓRROGA
El maquillaje final (color blanco nuclear) del resultado no debería llamar a engaño. El Real Madrid y el Bayern de Munich compitieron con tremenda igualdad por la eliminatoria hasta que el árbitro se equivocó gravemente por dos veces. En la primera ocasión cometió un error de apreciación al entender que la entrada de Arturo Vidal merecía amarilla cuando no era así; en la segunda, incomprensible, dio por válido un gol de Cristiano Ronaldo en un fuera de juego clamoroso, detectable a primera vista y, en caso de duda, a través de la repetición televisiva, que ofreció de inmediato un plano en el que el portugués era descubierto un metro en posición avanzada.
El fútbol, con la Champions como una de sus máximas expresiones por su acertado concepto de entretenimiento global, es un deporte maravilloso que cojea una y otra vez por su troglodita resistencia a la aplicación de la tecnología. No se trata de entorpecer el fluir de los partidos deteniéndolos para consultar pijadas, emparejándose con esas pausas tan propias de deportes americanos y tan insoportables a ojos europeos. Se trata en realidad de incorporar el video en jugadas no interpretables, muy puntuales, que podrían ser resueltas por un equipo de técnicos en imagen con cuatro nociones futboleras.
No es cuestión de ningunear el mérito del Madrid, programado para competir como pocos clubs en el mundo, ni de minimizar los méritos de Cristiano Ronaldo, demoledor por mucho que haya quien se empeñe en reducir su incidencia rebajándole a “simple rematador”. La reivindicación es otra, y consiste en acercar el desenlace de los partidos a parámetros de justicia, aunque sea relativa.
Es curioso que cuando se reaviva el debate de la tecnología arbitral, el Madrid silba y mira hacia otro lado. Nunca fue entusiasta del asunto.