San Siro de China
Nunca antes se había celebrado un derbi así. Pitido inicial a las 12.30 de la mañana, para obtener la máxima audiencia en China, y muchos rostros asiáticos en la tribuna. Casi lo de menos fue el resultado, un empate a dos que supo a victoria para el Milan debido a su enérgica reacción final.
El derbi local disputado el sábado pasado en la capital lombarda supuso un hito histórico, un signo de los tiempos, un terremoto más en la cambiante geoestrategia del fútbol mundial. San Siro, estadio mítico del fútbol europeo, es ahora un enclave chino. Ya no sólo el Inter está en manos de inversores del coloso asiático. También el Milan tiene dueño chino. Silvio Berlusconi lo ha vendido al magnate Yonghong Li, ya conocido como mister Li.
En Italia se ha acogido la operación con sentimientos contrapuestos, una mezcla de esperanza, perplejidad y escepticismo. El precio total pagado por Li ha sido de 740 millones de euros, que incluyen las deudas del Milan. Entre los expertos del sector, este precio se considera demasiado alto para lo que hoy vale el equipo. Además, han surgido dudas razonables sobre el futuro. Si el patrimonio del magnate chino se valora sólo entre 500 y 600 millones de euros, ¿por qué se embarca en una arriesgada operación de esta magnitud que, de salir mal, le llevaría a la ruina? Es significativo que la compra pudiera finalmente realizarse, tras varios retrasos, gracias a que la Elliott Fund Corporation, un fondo de inversión estadounidense de alto riesgo, concediera a Li un préstamo de 303 millones de euros, que tendrá que devolver en 18 meses y a un tipo de interés del 9,5%. La flamante propiedad china nace, pues, con una onerosa hipoteca.
La cesión del Milan a Li ha despertado incluso sospechas de que, detrás, pudiera haber intereses mafiosos con el objetivo de lavar ingentes cantidades de dinero. No puede descartarse que todo el asunto acabe siendo investigado y llegue a los tribunales. El responsable antimafia en el Ayuntamiento milanés, David Gentile, ya ha hecho saber que quieren averiguar quiénes son los verdaderos propietarios. No se fían de Li.
El nuevo dueño y sus gerentes italianos prometen, pese a todo, un futuro maravilloso para el club rossonero. Quieren doblar la facturación –de 200 a 400 millones de euros al año– gracias a los ingresos obtenidos en China con las escuelas de fútbol, la venta de camisetas y demás merchandising. En lo deportivo, la meta ineludible es clasificarse siempre para la Champions y llegar, como mínimo, a octavos de final. No se conforman con menos. Para ello quieren invertir, de entrada, unos 130 millones en nuevos fichajes. Pretenden blindar el contrato de su joven estrella, Donnarumma, y se están barajando nombres importantes como Morata, Cesc Fàbregas y Benzema. De momento, han asegurado la continuidad de Montella como técnico.
Berlusconi y su imperio empresarial, Fininvest, seguramente han hecho un buen negocio. A sus 80 años, il Cavaliere todavía tiene buen ojo y sigue siendo un excelente vendedor. Pero, desde el punto de vista moral, la transacción ha sido una señal más de declive. Según el exprimer ministro, para competir en el fútbol al máximo nivel global se necesitan recursos que sobrepasan la capacidad de una familia, por rica que sea. No deja de ser una contradicción, pues la fortuna de Berlusconi es muy superior a la de Li.
Queda muy lejos aquel 18 de julio de 1986, en el que Berlusconi, genio y figura, aterrizó sobre el césped en helicóptero, al son de la Cabalgata de las Valquirias, de Wagner, para impresionar a los tifosi tras haber comprado el club. Los triunfos nacionales y europeos del Milan fueron un trampolín para dar el salto a la política y conquistar la jefatura del Gobierno. Su marcha ha sido más discreta. Le bastó un comunicado. Ningún helicóptero, pero sí cena ofrecida a los chinos en su residencia de Arcore, con el clásico menú tricolore (pasta con tres salsas, de los colores de la bandera italiana). Il Cavaliere tiene alma de ganador. Ceder el club, aunque haya sido una buena decisión financiera, ha hecho mella en su ego inconmensurable. No ha resistido a la tentación –¿de inmortalidad?– de aceptar que su hija Barbara siga al frente de la Fundación Milan. El apellido Berlusconi continuará, pues, vinculado a la marca rossonera.
El objetivo es jugar siempre la Champions y por eso el Milan estudia comprar a Morata y Cesc Fàbregas MISTER LI, UN DUEÑO HIPOTECADO La operación confirma el declive de Berlusconi y suscita dudas sobre el origen del dinero