La Vanguardia

Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza, escritor, que hoy recibe el premio Cervantes

- LLÀTZER MOIX

PREMIO CERVANTES

El escritor barcelonés Eduardo Mendoza recibirá hoy en la Universida­d de Alcalá de Henares el premio Cervantes, el máximo galardón de las letras en lengua castellana, en sesión que presidirán los reyes de España.

El novelista barcelonés Eduardo Mendoza recibe hoy en Alcalá de Henares el premio Cervantes, que obtuvo el año pasado. En esta entrevista –que concedió semanas atrás, antes de emprender un largo viaje– expone el significad­o que tiene para él dicho galardón, aborda la influencia del autor de El Quijote en su obra y detalla su actividad actual.

¿Qué puede adelantar de su discurso? ¿Tiene ya título?

El título siempre es lo último. Tengo un problema de psiquiatra con los títulos. Soy muy malo en eso. Pero el discurso ya lo tengo preparado. Ha quedado curioso.

¿Cómo lo ha escrito?

Me he leído los precedente­s. Hay de todo. Si le apetece, lea el de Rafael Sánchez Ferlosio. Es un disparate, como todo lo de Rafael. Es una lección de hermenéuti­ca que dura una hora y media. Densísimo. Muy bueno y muy interesant­e, desde luego. Pero me imagino a los de la tuna, con la bandurria a punto, esperando a que terminara. Y Rafael dale que te pego con lo que es el lenguaje.

¿Qué expresará en el suyo?

He hecho lo que supongo que se esperaban de mí: algo chusco. Voy a hablar de un par de cosas. De hecho, no es un discurso. En rigor, es una clase magistral sobre Cervantes. Eso es lo que se pide. Van de entrada unos agradecimi­entos y luego el autor premiado habla de su relación con El Quijote. Yo quería hablar de cuatro lecturas mías de El

Quijote, de cuatro momentos de mi vida: en el colegio, en Preu, ya en la madurez y ahora con motivo del premio.

¿Ha visto quijotes distintos en esas varias fases de su vida?

Claro que sí.

En su clase, ¿va a primar el tono académico o vendrá todo mezclado, como de costumbre? Vendrá todo mezclado. Mi idea es pronunciar un discurso académico sazonado con chocarrerí­as. Que espero que algunos periodista­s tergiversa­rán, como con mi intervenci­ón en el Congreso de la Lengua, en San Juan de Puerto Rico. Confío en que también dé para eso.

¿Cuánto hay de Cervantes en su obra? Mucho. Hay una constante cervantina, creo. Sobre todo en los libros protagoniz­ados por el detective majareta, que es mi personaje más picaresco. Y que es también alguien dado al buen rollo, por más calamidade­s que le ocurran. Es alguien que, ante la desgracia, siempre piensa que no hay para tanto. En la última relectura del Quijote he vuelto a comprobarl­o. A don Quijote le pegan, y él pega a los otros, pero al final nunca pasa nada y siempre aparece una bota de vino de la que dar un trago. Eso es grato. Y Cervantes lo hacía sin dejar de contar historias muy interesant­es y entretenid­as, ya fueran sobre el mundo real o sobre la ficción. De hecho, la metalitera­tura de El Quijote es sorprenden­te. Él mismo asiste en Barcelona a la impresión de su propio libro...

Usted decía que Ceferino, el detective majareta, es el más

cervantino de sus personajes. El más cervantino y el más quijotesco. Es muy consciente de que es un personaje. No pretende ser una figura realista en ningún caso. Todo lo que le pase le resbala un poco. Lo importante para él es meterse en todas partes e ir contando el cuento, de arriba abajo.

¿Hay influencia cervantina en otros de sus personajes?

Un poquito sí. El otro máximo exponente sería el protagonis­ta de Sin noticias de Gurb. Y muchos de mis personajes son en parte quijotesco­s. Aunque también debo mucho a los personajes de Pulgarcito, que es mi fuente de inspiració­n máxima: el repórter Tribulete, la familia Cebolleta, doña Urraca... Esos se me van colando en los libros. Luego se lo digo a los eruditos y no me creen. El otro día volví de una feria del libro en Nantes. En las mesas redondas con académicos siempre les hacía quedar mal, a mi pesar. Porque hacían lecturas muy raras, decían que en mis libros había críticas a España y a Catalunya y a Barcelona y al franquismo. Y yo les tenía que decir que no, que todo eso me trae sin cuidado.

¿Y que es lo que no le trae sin cuidado?

Lo importante en una novela es que pasen cosas. Lo demás da igual. Una novela es una novela. ¿Para qué voy a denunciar yo la corrupción si todo el mundo sabe ya que existe? Es como denunciar a Hitler. Eso ya está hecho. Tuve que corregir a todos los que apreciaban propósitos críticos en mis obras. Porque

lo que yo hago es contar unos chistes.

¿Cómo le contaría a un joven de última generación, más aficionado a la imagen y los dispositiv­os móviles que a las biblioteca­s, que merece la pena leer a Cervantes? ¿Sería capaz de convencerl­e de algo así? Creo que sí. Y además diría que los jóvenes de hoy leen a Cervantes en la misma medida en que se ha leído siempre. Hace cincuenta años los jóvenes no estaban todo el día leyéndole. Pero a los que le leían les gustaba. He dado clases y sé cómo son los jóvenes. Tienen grandes intereses y curiosidad­es. Aunque ahora disponen también de unos entretenim­ientos atractivos. Y se divierten con ellos.

Algunos, sin parar.

Sí. Cuando estoy en una mesa redonda vienen jóvenes y hablan de los temas que tratamos. Pero tam-

bién es cierto que, cuando miro alrededor, compruebo que todos están con la vista clavada en su móvil, ya sean jóvenes, mayores, mujeres, hombres o bebés recién salidos de la incubadora (ya con su móvil). Eso también lo comentaré cuando me entreguen el Cervantes. Me refiero al cambio que se está produciend­o. No sé si Cervantes saldrá perjudicad­o. Pero el cambio en la forma de relacionar­nos y ver el mundo es evidente. Algo está pasando.

¿Qué le aportó Cervantes, como escritor y persona?

Energía. Cuando lo leí en mi juventud… Tuve la suerte de leerlo en una época en que daba palos de ciego, quería escribir y no sabía cómo: si como Proust, como Kafka, como Hemingway o como Mallorquí. De Cervantes me gusta también la tranquilid­ad que da.

Se va a pasar parte del día con los Reyes. ¿Tiene intención de aprovechar la ocasión para pedirles algo? Temo que no vaya a tener ánimo ni para eso. Habré acabado de aterrizar de un largo viaje. ¿Qué más les puedo pedir, después del premio? Pues nada más.

¿Le ha cambiado la vida el Cervantes en alguna medida? ¿Le obliga a algo? ¿Le impide hacer o escribir algo? Todavía no sé cómo irá todo, qué efectos producirá en mí este premio. Al principio me dejó un poco perplejo. No sabía cómo me lo tenía que tomar. Es un premio con cuadro de honor muy ilustre. Nunca pensé que entraría en él.

Antes había entrado Marsé.

Es que él escribió novelas serias.

¿Cómo se enteró del premio?

Me llamaron para decirme que figuraba entre los finalistas. Yo estaba en Londres. Lo primero que pensé fue que, si ganaba, no quería que me enviaran a la prensa a casa. No quiero que sepan dónde vivo. Resido en Londres para estar tranquilo, no para abrir la puerta y acabar haciendo de guía turístico. Luego me metí en la galería Saatchi. Estaba allí cuando recibí la llamada del ministro comunicánd­ome que había ganado. Y me dije: ¿cómo me lo tomo? ¿En plan estupendo o a risa? Ninguna de las dos cosas era razonable.

¿Qué es lo que más le satisface de haberlo obtenido?

Pensé que quizás no me había equivocado demasiado en mi camino.

LA LECCIÓN MAGISTRAL “Al recibir el premio, leeré un discurso académico sazonado con chocarrerí­as”

LA NOVELA “Lo importante en una novela es que pasen cosas, lo demás da igual”

LA EDAD “Pasados los 70, ya vas de retirada, pero todavía no he tenido que renunciar a nada”

LA VIGENCIA CERVANTINA “Diría que los jóvenes de hoy leen a Cervantes en la misma medida que siempre”

Pensé que me aplaudían porque les había gustado la función. Eso es lo que significa un premio al final de tu carrera. Los del principio son un estímulo. El Cervantes me pareció que me permitía despedirme in belleza. A lo mejor me están dando la hora. Luego sentí un poco de aprensión y empecé a mirar qué había pasado con los ganadores precedente­s. Vi que la mayoría habían sobrevivid­o una media de diez años al premio, y que fueron años fructífero­s. Respiré aliviado.

¿A quién le daría usted el premio Cervantes? A Javier Marías, por supuesto. A Muñoz Molina. No quiero hacer quinielas, hay mucha gente que lo merece. Sé que Félix de Azúa estaba entre los finalistas, ha tocado muchos palos y ha hecho un trabajo periodísti­co importante. No faltan candidatos. El año que viene me tocará formar parte del jurado, y ya podré opinar con más aprovecham­iento.

¿A su edad, le tira la jubilación o sigue embarcado en proyectos librescos? Es una pregunta que me hago yo mismo cada día. A veces pienso que me quiero jubilar y dedicarme a dar de comer a las palomas del parque. Luego pienso que eso sería horroroso. Luego, que no. Y así pasan los días. Quiero intentar, y en eso he estado con interrupci­ones, escribir la última novela seria de mi trayectori­a, antes de jubilarme. Creo que ando por la página 20. Bueno, no. Llevo escrito más. Pero lo he hecho con muchos parones. Cuando pase el ajetreo del Cervantes, lo intentaré de nuevo. Y si no sale, me jubilaré. Más o menos.

¿Sigue escribiend­o por costumbre, placer, ambición...? No sabría qué hacer si no escribiera. Podría rellenar mi tiempo haciendo tonterías como todo el que se jubila. Pero no se me ocurre. Y aparte están los gastos fijos. Mantener dos casas es una ruina. Si tener una casa en el Empordà ya lo es, imagínese tenerla en Londres. Debo seguir escribiend­o por una razón que está a medio camino entre la inercia y la necesidad.

Usted pasa ahora más tiempo en su casa de Londres que en la de Barcelona. ¿Por qué? No tengo ataduras en ningún sitio. Y creo que he encontrado lo que me gusta en Londres. No es que me haya trasladado. Pero me gusta vivir en dos sitios a la vez. Allí tengo casa con libros, ropa, ordenador y todo lo que necesito. Me puedo ir con las manos en los bolsillos. Y eso es para mí ideal. Aquí en Barcelona cuento con casa y relaciones. Pero me atrae menos que antes, la tengo ya muy vista. En cambio, allá descubro barrios. Conozco Londres lo suficiente como para no sentirme como un turista. Tengo mis periódicos, mis programas de televisión, puedo lle-

EL HOMENAJE A SU CARRERA “Parece que no me he equivocado demasiado, que la función ha gustado”

var una vida rutinaria. Es una ciudad tranquila, silenciosa, con arbolitos y flores y pájaros. Vivo en un barrio a veinte minutos de metro del centro, donde hay de todo, teatros, música, etcétera. Y luego está la cosa anglosajon­a, que siempre me ha atraído mucho. Y un descubrimi­ento reciente: Londres es muy llana, y eso le conviene a mi espalda.

¿Lleva una vida retirada?

Tengo amigos a los que veo, pero salgo cuando me apetece, que es muy poco. La vida social me cuesta. Barcelona, en este sentido, ha llegado a ser muy agobiante.

Cuando era veinteañer­o ya pasó un año en Londres. ¿Qué le dio entonces y qué le da ahora? Aparte de Nueva York, Londres fue un descubrimi­ento y un enamoramie­nto. Corrían los años sesenta, Barcelona era una ciudad bastante mortecina. Y, en cambio, Londres era Swinging London, el de los Beatles, los Stones, la minifalda y todo eso. Fueron muchos descubrimi­entos a la vez, y además el de la literatura inglesa. Allí adquirí un conocimien­to del idioma inglés que me permitió entrar en su literatura. En fin, ya parezco Borges. Pero es que Londres me ha atraído mucho. A Nueva York le cogí un cariño grande, pero a la hora de buscar otro sitio, aparte de que la distancia es perfecta, dos horas en avión, con una de diferencia horaria, pues Londres se impuso.

Doblado el cabo de los 70 años, ¿cómo ve la vida? Te das cuenta, poco a poco, de que ya vas de retirada. De que estás muy bien, pero que todo se puede acabar súbitament­e, en cualquier momento. No descarto que un día me digan que ya sólo puedo comer pollo a la plancha, que se acabó lo de ir en avión o que tendré que andar con tacataca. Las limitacion­es son primero cuantitati­vas y luego cualitativ­os... De momento, no he tenido que renunciar a nada. Tengo menos memoria que antes, pero aún funciono. Todavía puedo hacer lo que quiera. Con moderación, eso sí. Como siempre.

 ?? ÀLEX GARCIA ?? “Leí a Cervantes cuando no sabía si escribir como Proust, Kafka, Hemingway o Mallorquí”, dice Mendoza, en la foto, en su casa de Barcelona
ÀLEX GARCIA “Leí a Cervantes cuando no sabía si escribir como Proust, Kafka, Hemingway o Mallorquí”, dice Mendoza, en la foto, en su casa de Barcelona
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