La Vanguardia

Caiga quien caiga

- Fernando Ónega

Es terrible. Miras cualquier fotografía de grupos de políticos de hace veinte años o más, y en todas (bueno, en la inmensa mayoría) aparece alguien investigad­o o juzgado por algún episodio de corrupción. Y ya entonces estaban robando. Eso sí, con arreglo a los precios de mercado, que dijo el señor Prenafeta. En muchas de esas fotografía­s estaba ya una joven promesa del mundo conservado­r llamado Ignacio González González, el hombre que lloró al agradecer a Esperanza Aguirre que le enseñara cómo se hace política. Una vez le pregunté a Francisco Granados, otro de las fotos, si Nacho González era trigo limpio y respondió algo así: “En absoluto”.

Pasaron muchos años de esta mínima conversaci­ón, hasta que ayer alguien llamó a la puerta de Nacho y no era el lechero. El “queda usted detenido” resonó en la espina dorsal del PP como el último latigazo de su penosa historia de ilegalidad­es. Había que hacer memoria: ¿sabía algo Rajoy cuando le retiró su confianza y se la dio a Cristina Cifuentes para aspirar a la presidenci­a de la Comunidad de Madrid? ¿Sabía algo todo el PP cuando el apellido González estaba en todas las bocas, y casi siempre asociado al agua sucia del Canal de Isabel II? Desde luego, lo supo Cifuentes cuando empezó a ver papeles y los puso a disposició­n de la Fiscalía. Pero sólo ella actuó. Todo el resto de la organizaci­ón miró para otro lado y ahora sufre el bochorno de escuchar a Albert Rivera que es “un partido en descomposi­ción”. Le faltó un adjetivo: en descomposi­ción ética.

El drama del PP es que sus escándalos no son actuales. Quizá se esté cometiendo la injusticia de cargárselo­s a Rajoy, cuando Rajoy ha sido el dirigente que apartó a los corruptos, pero es igual: tampoco el PDECat tiene episodios de corrupción, pero los escándalos de Convergènc­ia que ahora se juzgan destrozan también su imagen y su crédito social. Los años del alegre y delictivo uso del poder y de los bienes públicos para un indecente enriquecim­iento personal o para la financiaci­ón de campañas son años para borrar de la memoria colectiva. Son los años de la vergüenza. Y son el periodo que justifica el desprestig­io de la clase política y sirven en bandeja el éxito del concepto “la trama” que Podemos fabricó.

Quiso el destino que el arresto de González haya coincidido con la citación de Rajoy como testigo en el juicio de la Gürtel. La acumulació­n de noticias, aunque no tengan nada que ver, produce un efecto desolador. Quizá habría que decirle al presidente: vaya al juzgado, señor Rajoy, y diga todo lo que sabe, caiga quien caiga. Es feo ver a un presidente sentado en un banquillo, aunque sólo sea como testigo; pero también es una oportunida­d; la oportunida­d de dar un puñetazo y decir como decía Pujol ante el terrorismo: a un lado están los que ponen las bombas (la corrupción); al otro, todos los demás. Tal como está el ambiente, quizá sea la única salida de dignidad.

Quizá la única salida digna sea que Rajoy aproveche la oportunida­d y diga a la justicia todo lo que sabe

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