La Vanguardia

La torre El Pinar acogió a los niños

- LLUÍS PERMANYER

En plena guerra incivil se publicaban unas fotografía­s en las que los niños eran el tema del reportaje. Situaban la presencia del grupo en plena naturaleza, a la sombra de la arboleda.

Era tiempo de sufrimient­o, también para ellos. Pese a no estar próximos a ningún frente de combate, la población civil padecía los horrores de la guerra; y es que la aviación enemiga, la franquista y la que los aliados Hitler y Mussolini le habían enviado como ayuda, ensayaba el grado de terror físico y psicológic­o que provocaban los bombardeos entre los ciudadanos indefensos.

De ahí que aquellos niños fueran resguardad­os en un punto alejado, sano y aquietado, pese a estar en Barcelona. Se trataba de la torre El Pinar.

Había sido proyectada en 1902 por el arquitecto Enric Sagnier, por encargo de Manuel Arnús Fortuny, quien había abandonado el ejercicio de la medicina con el fin de seguir así los pasos de su tío, el banquero Evaristo Arnús Ferrer. Aquella imponente torre de veraneo modernista no sólo respetó el bosque natural, sino que dio nombre a la casa, que fue inscrito en los sillares del portal elegante: Pinar. El interior adquirió relevancia decorativa merced a los artesanos que aportaron lo mejor de sus obradores: el forjador Torrabadel­l, el vidriero Rigalt, el ceramista Pujol i Bausis, el ebanista Busquets o el escultor ornamental Pujol, entre otros.

Estallada la guerra, tan pronto como el Gobierno de la República decidió proteger a los más vulnerable­s, se incautó de El Pinar y lo destinó a Colonia Hogar para niños con sus madres, y también huérfanos. Ellas sólo debían cuidar de sus hijos, arreglar la habitación y lavar su ropa. Cuatro encargadas pechaban con las labores generales de la casa.

El número total de internados ascendía a 141, entre niños, madres y personal. La mayoría eran vascos y asturianos, algunos madrileños y un par de familias andaluzas. Dos profesoras impartían las clases al aire libre, bajo el generoso pinar; también se hacía gimnasia: sueca, los niños, y rítmica, las niñas. Algunas clases se daban en la pista de tenis. Había además un taller de confección de ropa, y no faltaba por supuesto la enfermería.

La Barcelona martirizad­a les parecía estar incluso mucho más alejada de lo que mostraba la panorámica.

Terminada la guerra, el Auxilio Social de Falange convirtió El Pinar en Hogar Infantil; dejó de ser mixto y pasó así a albergar 300 niñas huérfanas, hijas de rojos exiliados, presos o simplement­e pobres. Era uno de los ochenta internados para menores que había en la ciudad. El aspecto externo ocultaba lo que allí ya se había enquistado: hambre, frío, humillació­n e incluso terror.

El Pinar, que destaca por la iluminació­n nocturna, es sede de una fundación.

Contrastab­a el ambiente que allí reinaba durante la guerra y el que se impuso después

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Juegan a las damas, protegidos del horror de la guerra

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