Acumulando difuntos
Imaginemos un mundo donde Harry Potter fuera un asesino despiadado, imparable, tenaz. Ahora hay que deshacerse de las varitas mágicas; olvidemos la magia sin renunciar a un mundo mágico y, ya puestos, vamos a cambiar el rostro con gafas de Potter por el rostro impenetrable de Keanu Reaves. Bienvenidos al mundo de John Wick, un profesional del crimen. El protagonista de una aventura de acción sobresaliente, situada en un mundo inexistente pero encantador. Un mundo mágico, sí, que aloja un thriller imparable. Lo cual quiere decir aquí euforizante, trepidante y resultón. Más cerca, mucho más, de la cultura basura y el pulp que de la reflexión moral o ética, esta segunda entrega de las aventuras de John Wick, el asesino, es una especie de inocuo y culpable placer, casi cómica en su simplicidad.
Para los que no vieron la primera –muchos– todo empieza cuando Wick esta en pleno duelo por su mujer, recién fallecida. Por ella había abandonado el crimen, hasta que un niñato de la mafia rusa, hijo de un capitoste de la organización, antiguo patrón de Wick, se cuela en su casa, le da una paliza, le roba el coche y mata su perro...
¿El resultado? Cerca de un centenar de muertos; hay quien los ha contado y los sitúa exactamente en 79 cadáveres. En fin. La segunda entrega, ésta de la que ahora hablamos, continúa donde aquella acabó, multiplicando difuntos. Prácticamente es la continuación y sus valores son los mismos.
Primero, la creación de un mundo de superficies brillantes y consistencia mágica. Donde los asesinos son una especie de gremio de estrictos códigos éticos, con residencias propias que pagan con monedas de oro. Un mundo con sus reglas innegociables donde transcurre este imparable thriller, de superficie transparente y luminoso y un interior oscuro y ponzoñoso.
Una maravilla de puesta en escena, con ritmo propio. En el que, tanto como la acción, importan los momentos de silencio. Y nada mejor que el silencio de Keanu Reeves, otra de las bazas solidas del filme. Quizá no pronuncia más de media docena de palabras, pero su presencia es rotunda y creíble. Brillante.