La Vanguardia

Un mundo de pelotas

- Margarita Puig

De tres unidades, metálico y con la típica tapa de abrelatas. Ese es el bueno. Perfecto para petarlo en un sonoro psssssst y sumergir de inmediato las faces en ese olor a presurizad­o, a felpa y a cerrado…. Y en ocasiones también a nitrito de sodio y cloruro de amonio, que es lo que muchas pelotas encierran para obtener la presión de aire suficiente. Aunque no lo crean, hay mucho loco del tenis que suspira por ese chute a diario y estrena pelotas en cada uno de sus partidos. Lo más a menudo posible, pero difícilmen­te como los profesiona­les que cambian las bolas cada nueve juegos, cuando están todavía como nuevas. Tan reluciente­s y amarillas que da pena tirarlas.

Algunos ya ni recuerdan que ni siempre fueron amarillas (eran blancas, como todo en el tenis) ni todas son iguales como demuestra Cibulkova, capaz de clasificar las bolas según el Grand Slam con sólo olisquearl­as. Pero los auténticos pros saben de pelotas y tienen sus propias manías. Algunos, como Nadal, odian las Head, tan habituales en los ATP, y suspiran por las Dunlop, las oficiales del Godó. Otros van mejor con la peluda y pesada bola de Wimbledon (Slazenger) y hay quienes prefieren las Babolat de Roland Garros.

Sean de una u otra marca, en mi casa no se tiran. Hay sacos con pelotas viejas en todos los armarios y en el trastero. Me tropiezo con ellas en el comedor. Ruedan por los pasillos. Me acribillan en modo gota china cuando abro un altillo. Las chuto en el rellano. En el suelo del garaje. Se acumulan en las taquillas del club... y saltan solas del carrito de la compra, que, a falta de la máquina infernal (“el dragón”) que el padre de Agassi construyó para entrenarlo de pequeño, nos acompaña como uno más de la familia en el maletero del coche.

¿Harto de tirar las bolas que ya no te sirven? Puedes hacer tu set de malabarism­o o lanzarlas a los vecinos molestos

Porque, claro, en este entorno mío de obsesivos de la pelotita amarilla no se admiten fines de semana ni vacaciones sin tenis. Ni celebracio­nes: mi hijo pequeño quiere ir a Puente Romano (como Djokovic y Pepe Imaz) por su cumpleaños… y el mayor preferiría pasar el suyo con el tenis a pie de playa del hotel Santa Marta de Lloret.

A veces sueño con que quedo sepultada bajo una montaña de pelotas. ¿Dónde está mamá?, preguntan los niños en mi fantasía y su padre les responde: “De viaje. Ahora no sé si era Milán o Kioto”, pero yo nunca vuelvo. Está claro, debo deshacerme del arsenal amarillo que gobierna mi hogar. Mi primera ocasión llega el domingo: Podría comenzar a soltar bolas en el Clínic del Open Banc Sabadell-65.º Trofeo Conde de Godó que arranca, ¡qué nervios! Otra es seguir los consejos de geotenis.com. ¿Harto de tirar las pelotas que ya no te sirven?, preguntan en el blog. Y proponen desde sets de malabarism­os hasta lanzarlas a vecinos molestos. Creo que será más discreto abandonarl­as poco a poco en Pedralbes.

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