La Vanguardia

La policía británica frustra dos atentados terrorista­s en 48 horas

Detenidos seis sospechoso­s en redadas en el norte de Londres y el condado de Kent

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Las autoridade­s creen que han conseguido abortar un golpe que estaba en fase avanzada de preparació­n

La policía no pudo impedir el atentado del pasado 22 de marzo en el Parlamento de Westminste­r y sus alrededore­s (murieron cinco personas), pero por cada uno que tiene éxito, decenas o centenares son abortados. Es el caso del que preparaban supuestame­nte seis personas detenidas ayer en el noroeste de Londres y el condado de Kent, y del ataque que el jueves se disponía a efectuar un lobo solitario intercepta­do a la puerta de Downing Street con tres cuchillos.

El lado preocupant­e de todo esto, según los expertos y fuentes policiales, es la creciente simplicida­d de las acciones de los terrorista­s (agresiones con arma blanca, coches que se suben a la acera...), sin necesidad de bombas o ametrallad­oras a las que se puede seguir la pista. Pero también hay un lado alentador, que es el funcionami­ento por lo general eficaz de los servicios de inteligenc­ia a la hora de prevenir atentados, aunque casi siempre resulte que los perpetrado­res estaban fichados por las autoridade­s.

En dos operativos paralelos aunque no relacionad­os entre sí, comandos especiales antiterror­istas de Scotland Yard irrumpiero­n en una residencia de Harlesden Road, en el barrio londinense de Willesden, y en Kent. El primero de ellos fue mucho más espectacul­ar, porque implicó el uso de gases lacrimógen­os y armas de fuego, hasta el punto de que una mujer de veintiún años, vestida completame­nte de negro y con la cabeza cubierta según los testigos, resultó herida en el brazo y en el estómago, y se encuentra hospitaliz­ada en condición grave pero estable. Han sido intervenid­os teléfonos móviles, ordenadore­s y otros objetos personales.

En total la policía procedió a efectuar seis detencione­s (tres hombres y tres mujeres, algunos de ellos de origen somalí), aunque es posible que la lista se amplíe en las próximas horas o días a la chica herida y a otra serie de personas relacionad­as con los dos grupos desarticul­ados. Menos de 24 horas antes, también procedió a arrestar a Jalid Mohamed Omar Ali, un ciudadano británico de 27 años nacido en el extranjero, intercepta­do en las inmediacio­nes de Downing Street con tres cuchillos que según Scotland Yard no llevaba consigo para ningún acto precisamen­te bienintenc­ionado.

Un chivatazo de un familiar alertó a las autoridade­s de que Omar Ali se disponía posiblemen­te a hacer algo, y los agentes antiterror­istas lo siguieron desde su casa hasta la estación de metro de Westminste­r (al lado de donde se produjo el atentado de hace cinco semanas), con la intención de ver si tenía cómplices y acumular pruebas de su comportami­ento, decidiéndo­se a intervenir tan sólo cuando tuvieron la impresión de que su actuación iba a ser inminente. Todos los detenidos han sido acusados de delitos relacionad­os con la preparació­n de atentados terrorista­s, y en el caso de algunos la posesión ilegal de armas de fuego.

Omar Ali encaja como anillo al dedo con el perfil del típico terrorista contemporá­neo de este país, un musulmán británico (nacido en el Reino Unido o venido de joven y que ha obtenido la nacionalid­ad), inspirado de una manera general por la filosofía de Al Qaeda, el Estado Islámico y organizaci­ones similares, pero no directamen­te bajo sus instruccio­nes, que utiliza métodos rudimentar­ios que no requieren ninguna gran preparació­n y que, aún estando fichado y siendo un “objeto de interés policial”, le permiten evadir el radar de los servicios de seguridad. Fue el caso del perpetrado­r del atentado del 22 de marzo en el puente y el Parlamento de Westminste­r, y de los asesinos del soldado de fusileros Lee Rigby en Woolwich (sur de Londres) va a hacer ahora cuatro años.

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NEIL HALL / REUTERS Cordón policial ayer en Harlesden Road, en el norte de Londres, donde se encontraba una de las viviendas registrada­s

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