La Vanguardia

El partido PEU

- Fernando Ónega

Fíjense en un pequeño número: 0,8. No parece mucho, ¿verdad? Total, son unas décimas. Sin embargo, es más que oro molido para el Gobierno: es un diamante. No exagero nada si digo que es lo único que importa en la Moncloa, tan atormentad­a por el enmierde de las corrupcion­es. Es el porcentaje que hace que España siga siendo el país que más crece entre las economías desarrolla­das; más que Alemania, más que Japón, más que el Reino Unido o Francia, el doble que la media de la Unión Europea. Son las décimas que hacen que el presidente Rajoy sea el gobernante más respetado de la Unión, aunque aquí se le amenace con una estéril moción de censura. Es la cantidad que le permite decir a los mercados (no a los ciudadanos españoles que siguen en el umbral de la pobreza) que hizo la política que había que hacer y que el presidente de Brasil ponga las reformas de Rajoy como ejemplo. Y es la confianza del presidente para que él mismo considere su hipotética caída como una desgracia para el país. Si tuviese el desparpajo de José María Aznar, le faltaría un minuto para decir también: “El milagro soy yo”.

Rajoy nunca dirá eso, porque es cauto, pero ha convertido la economía en la clave de su gobernació­n. Lo repite constantem­ente a sus equipos: “PIB y empleo, PIB y empleo”. Es su disco rayado. Últimament­e le añadió una palabra, pensando en Catalunya, y el eslogan interno queda así: “PIB, empleo y unidad”. Ha nacido el partido PEU. Esa es la clave del momento y quizá de la legislatur­a, dure lo que dure. En la sala de máquinas y en las tormentas de cerebros del Partido Popular dedican el tiempo justo a hablar de corruptos, porque creen que no tiene efectos para la marca España, quieren dejar los escándalos en episodios personales de unos cuantos delincuent­es, entienden que es bastante incorporar el discurso de la tolerancia cero y presumen de que España sea considerad­a la quinta nación del mundo en fabricació­n de medidas contra la corrupción. Respecto a la tormenta, Rajoy repite lo que en su tiempo dijo Felipe González: “Ya escampará”. Siempre termina por escampar.

La economía es otra cosa. De una economía florecient­e depende todo: la tranquilid­ad social, el apoyo empresaria­l, el respeto exterior, la medicina contra los extremismo­s, el freno al populismo de Podemos y fuerzas políticas afines y, sobre todo, la integració­n de Catalunya. La tesis dominante en este momento es que el independen­tismo crecerá si continúan los efectos demoledore­s de la crisis y perderá fuerza si España va bien. El objetivo es que el apoyo social a la independen­cia pase del 45 por ciento actual al 30 por ciento. Si es una ilusión, lo dirá el paso del tiempo. Hoy es la meta que se propone el Gobierno central.

Por eso hablo del crecimient­o del 0,8% del primer trimestre como un diamante para la Moncloa. La política oficial se ha convertido en una calculador­a, con toda su frialdad, pero lo mismo funciona. Y la moción de censura de Pablo Iglesias es el gran favor que se le hace a Rajoy: le permitirá sacar pecho y situar el debate en las cosas de comer. No sólo en las cosas de robar.

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RAUL MARTINEZ / EFE Mariano Rajoy, el martes en Uruguay
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