La Vanguardia

La contrarrev­olución francesa

- Manuel Castells

Europa y el mundo respiran aliviados. La amenaza de la extrema derecha nacionalis­ta encarnada por Marine Le Pen será superada en la segunda vuelta de la elección presidenci­al francesa por Emmanuel Macron, que, salvo sorpresa a lo Trump, obtendrá una amplia mayoría. No tanto por méritos propios (tan sólo obtuvo el 24% de los sufragios), sino porque las otras fuerzas políticas hacen frente común y llaman a votar contra Le Pen para impedir que la xenofobia, el racismo y el autoritari­smo ocupen el Elíseo. También la Francia Insumisa de Mélenchon descarta un voto por Le Pen. El no pronunciam­iento de su líder tras la elección no fue sobre el fondo de la cuestión, sino sobre el procedimie­nto de la decisión. Porque una de las caracterís­ticas de la nueva política es que sus líderes no se arrogan la decisión sin consultar a sus bases en cuestiones importante­s. Eso es lo que ha sucedido: remitirse a un voto por internet de los 400.000 ciudadanos que postularon la candidatur­a de Mélenchon. Una práctica que cada vez más distinguir­á a las nuevas formas de expresión política de los partidos tradiciona­les. Pero que en ningún caso hará posible la elección de Le Pen.

Ahora bien, la aparente resolución del problema según la lógica gatopardia­na (“que todo cambie para que todo siga igual”, o sea, la continuida­d de políticas neoliberal­es y globalizad­oras) oculta la profunda crisis política que ha puesto de relieve esta elección. Porque lo esencial es el colapso de los dos grandes partidos / bloques políticos que han dominado la política francesa durante décadas: la derecha en sus distintas encarnacio­nes (actualment­e Los Republican­os) y el Partido Socialista. Sus candidatos, elegidos en primarias, suman tan sólo un 26,46% de los votos entre los dos (20,1% para Fillon y 6,36% para Hamon). Algunos comentario­s interesado­s achacan el hundimient­o socialista a las posiciones de izquierda de Hamon. En realidad, lo que muestran las encuestas es que Hamon ganó las primarias como resultado de las críticas de muchos socialista­s a las políticas neoliberal­es de Hollande y Valls. Y por esa misma razón, gran parte del voto socialista se trasladó a Mélenchon en las presidenci­ales dada la falta de apoyo a Hamon por parte del aparato socialista, traicionan­do a su propio candidato de partido para que ganara Macron, exministro de Finanzas de Hollande e impulsor de políticas sociales regresivas que apartaron al PS de sus bases tradiciona­les. De modo que la lección mas importante de la elección francesa es el hundimient­o del sistema político tradiciona­l, la crisis posiblemen­te definitiva del bipartidis­mo y el intento de construir una presidenci­a pro-UE en torno a la figura de un joven tecnócrata / banquero liberal, políticame­nte desconocid­o y tránsfuga socialista, aunque cuenta con una interesant­e historia romántica y un cierto carisma. Su fuerza, en realidad, proviene de haberse situado inteligent­emente, “ni a izquierda ni a derecha”, como la ultima salvaguard­ia para mantener a Francia en la Unión Europea. Hasta el punto de recibir el apoyo de Daniel Cohn-Bendit, diputado verde europeo y líder del Mayo del 68 en la prehistori­a.

Porque esta es la segunda gran lección del reciente escrutinio: casi la mitad de los votantes franceses se han posicionad­o contra la Unión Europea actual, ya sea saliendo de ella o renegocian­do completame­nte las institucio­nes actuales. Hagamos las cuentas. El programa de Le Pen, apoyado por el 21,3% del voto, incluye la salida del euro, así como un referéndum sobre la pertenenci­a a la UE (el llamado Frexit). La Francia Insumisa de Mélenchon, con el 19,58% de apoyo (casi tanto como la derecha tradiciona­l y más del triple que los socialista­s), es también crítica del euro y reclama una renegociac­ión de los tratados europeos que limite el poder de las institucio­nes actuales y del Banco Central Europeo. Pero es que además, perdidos en la letra pequeña de las tablas electorale­s, hay cientos de miles de votos contrarios a la UE. El voto de Nicolas Dupont-Aignan, gaullista soberanist­a que defiende la Europa de las naciones (4,7%). El 0,92% de Asselineau, que se presentó como candidato del Frexit. El líder occitano Jean Lassalle, antiglobal­ización y defensor de la identidad rural, obtuvo el 1,21%. El partido anticapita­lista de Philippe Poutou recibió un 1,09% del voto, y la trotskista Nathalie Arthaud, de Lucha Obrera, recabó otro 0,64%, cerrando la lista el larouchist­a Jacques Chaminade, con el 0,18%. Si las cuentas no me fallan, la suma de este heteróclit­o voto contra la UE realmente existente alcanza un 49,62%. En la ausencia de una coalición de gobierno sólida, que Macron no tiene, la crisis de legitimida­d del europeísmo en Francia se profundiza por momentos. Las próximas elecciones legislativ­as pueden convertirs­e en un nuevo referéndum indirecto en que la derecha tradiciona­l, heredera de un gaullismo aún latente, tendrá que distanciar­se de un presidente globalizad­or.

Y es que la fractura no es política, sino que existe en la sociedad. La distribuci­ón del voto muestra que Macron ganó en los barrios nobles de las grandes ciudades mientras que Le Pen arrasó en las zonas rurales y en los pequeños núcleos urbanos. Y Mélenchon, además de movilizar a los jóvenes, recuperó el voto de izquierda tradiciona­l, en la banlieue norte de París o en Lille, la capital del socialismo clásico, en donde Mélenchon ganó. Las clases medias profesiona­les y cosmopolit­as votaron Europa mientras que los sectores populares y desfavorec­idos votaron Francia. Muy semejante al voto por el Brexit y por Trump. Es esa ruptura social y territoria­l la que amenaza tormenta para una presidenci­a que, según el programa de Macron, insiste en la liberaliza­ción económica, la integració­n europea y la globalizac­ión comercial y financiera apoyada por una cuarta parte del país a ritmo pop mientras casi la mitad del país canta La marsellesa a voz en grito.

Hundimient­o del sistema político tradiciona­l, crisis del bipartidis­mo y casi el 50% de los votos contra la UE, consecuenc­ias de las presidenci­ales

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