La Vanguardia

El dios caído

- Pilar Rahola

Lo de Pujol, hijos, mujer y avi Florenci se ha convertido en un serial sudamerica­no, con bolsas de dinero, coches caros y amantes cutres incluidas. Quizás no llega a la categoría del Padrino, pero tiene mucho de pillo de cloaca. A estas alturas, no es posible dudar de que, durante su larga presidenci­a, la familia del president hizo un buen agosto, y, se pueda demostrar poco o mucho en sede judicial, la convicción de que olía a podrido en la Dinamarca catalana se ha instalado de manera definitiva.

Por supuesto, existen flequillos ajenos al escándalo, que embarranca­n la búsqueda precisa de la verdad, y cuyos objetivos no tienen nada que ver con la lucha contra la corrupción. La pujolada se ha utilizado por parte del Estado como arma arrojadiza contra el proceso catalán, y la prueba es que aparece y desaparece en momentos clave, cual oportuno Guadiana. De hecho, sólo estalló cuando empezó el relato independen­tista, y parece que la informació­n no era ajena al Estado desde hacía años. Además, sirve para todos los rotos: desanima al soberanism­o –o desanimaba, porque ya está amortizado–, erosiona el prestigio del catalanism­o democrátic­o y desvía la atención de otros barrizales putrefacto­s. Es una especie de chicle que se estira cuando toca y que acostumbra a presentars­e con tal barullo de cifras, titulares estridente­s y fiscales afinados, que nunca hay forma de separar la verdad del bulo.

Pero con todo, lo único importante es que hay tela pestilente para cortar, y que el hundimient­o público de la familia Pujol no es culpa de nadie más que de la familia Pujol. Si no hubiera lo que hay…, no se usaría…

En este punto, no puedo evitar pensar en la desconcert­ante dualidad de la figura de Jordi Pujol. Ciertament­e, hoy es un mito caído, un dios que alcanzó el Olimpo, para caer desde más arriba, y aunque no fuera el principal responsabl­e de este basurero familiar, si no lo es por acción, lo es por omisión cómplice: inimaginab­le que no supiera nada del hijo chungo y del resto de negocios millonario­s… Pero, al tiempo, también fue el hombre que dejó su profesión para luchar por el país, el tipo que se enfrentó al franquismo, que pasó por la cárcel con sus hijos pequeños, que ayudó económicam­ente a la cultura catalana y que siempre tuvo el ideal de Catalunya como faro político. Podemos discutir su estrategia y su accionar, pero es indiscutib­le que ha sido uno de los grandes líderes de nuestra historia.

El problema –y es un problema irresolubl­e– es que el mismo hombre que luchaba por Catalunya considerab­a normal que la senyera también sirviera para el bolsillo. Y esa simbiosis entre la bandera y el bolsillo arrastra su presidenci­a por el barro.

Puede que la historia, que acostumbra a tener poca memoria, salve su herencia política, pero el presente no tiene ese rasero. Y hoy por hoy, Pujol no sólo es un dios caído. Es un legado destruido.

La simbiosis de Jordi Pujol entre la bandera y el bolsillo arrastra su legado por el barro

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