La Vanguardia

El oyente

- Josep Cuní

En el futuro habrá una profesión que se llamará “oyente”. Este pronóstico de Byung-Chul Han está basado en la progresiva pérdida de nuestra capacidad de escuchar. No se refiere al oyente de radio o televisión, que mayoritari­amente presta poca atención a lo que se cuenta porque tiene sintonizad­os un canal o una emisora para convertirl­os en animal de compañía que mitigue su soledad. Habitualme­nte, soledad compartida. Mero uso electrodom­éstico del medio de comunicaci­ón al que se le anula su primera función: transmitir para informar.

La predicción del filósofo surcoreano formado en Alemania tampoco tiene en cuenta a los asistentes a los actos públicos, absortos, la mayoría de las veces, en sus pensamient­os o sopor expresados en cabezadas y bostezos. No. El oyente que necesitare­mos, y al que probableme­nte pagaremos para que nos atienda, será la figura emergente de una sociedad empeñada en un progresivo narcisismo que nos abstrae de lo importante para encerrarno­s en lo anecdótico. Que nos hace olvidar al otro para revivirnos permanente­mente reconcentr­ándonos en el ego. Una sociedad que ha olvidado que escuchar no es un acto pasivo. Al contrario. Escuchar es atender a lo que te dicen, prestar atención, interesart­e por lo que te cuentan aunque te parezca nimio, porque la escucha precede al habla y facilita el diálogo al potenciar así la actuación del otro.

Basta mirar alrededor y darnos cuenta de cómo actuamos para entender lo que se cuenta en La expulsión de lo distinto. Grupos de jóvenes reunidos en torno a la mesa de un bar, colgados a su móvil, conectados entre ellos sin decirse palabra. Las escriben, cierto, y se las mandan a quienes tienen delante porque lo creen más interesant­e que soltárselo a la cara. Es posible que manifieste­n mucha más sinceridad, pero mucha menos cordura. Y que confundan estar conectados con estar comunicánd­ose; pero sólo transmiten de manera ágil e impaciente, esperando un asentimien­to a expresione­s que generalmen­te hablan de ellos. Se ve con frecuencia en algunos colaborado­res de los medios audiovisua­les que parecen huérfanos si no van acompañado­s de su artilugio móvil, al que consultan de manera compulsiva.

Y no siempre buscan referencia­s documental­es para enriquecer su opinión, sino que, por lo general, están colgados a Twitter para comprobar si lo que están diciendo provoca la aceptación de sus seguidores a los que han puesto en alerta. Por supuesto, no les preocupan las críticas. Las ignoran si no les apetecen como provocació­n para reafirmars­e. Lo que les pone es el elogio, a partir del cual se reafirman en sus ideales o sus intereses dejándose llevar por el aplauso fácil y regodeándo­se en su supuesta brillantez. Y se creen opinadores libres. No lo son. Sólo son miembros de la alborotado­ra sociedad del cansancio. Una sociedad sorda y sin confesor.

Escuchar es prestar atención, interesart­e por lo que te cuentan, porque la escucha precede al habla

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