El mal
Retransmisión del sorteo de La Grossa de Sant Jordi en TV3. En el teatro de Blanes, se monta un plató low cost, con notarios circunspectos que, si les preguntan algo, no pueden responder porque no están
microfonados. Los presentadores, Cristina Riba y Lluís Marquina, hacen lo que pueden. Se mueven como las aspas de un molino condenado por una inminente reconversión industrial pero el esfuerzo de efervescente y simpática teatralidad no logra disminuir la sensación de ceremonia de trámite al límite de lo grotesco. El realizador busca recursos en la grada, que compensen esta desesperada alegría envasada al vacío. Fugazmente, se detiene en dos
caps grossos que, supongo que inducidos por un regidor, aplauden. La imagen resulta monstruosamente inquietante, como el fotograma de una pesadilla de película de Fellini, o uno de esos presagios que aparecen en la bola de cristal de una vidente tuerta, de feria de extrarradio, que nunca podrás olvidar.
SERIES A FUEGO LENTO. Igual que otras expresiones de creatividad, las series también están sometidas a la presión de un ritmo narrativo que conecte lo más rápidamente posible con el mayor número de espectadores. Si mucha gente no soporta los preliminares instrumentales de una canción y prefiere que enseguida suene la letra, las series también son víctimas de esta selección natural de la impaciencia. Dos estrenos recientes, Nit i dia (TV3) y The
Handmail’s Tale (HBO), proponen, cada una a su manera, un despliegue más pausado. Nit i
dia parte con la ventaja de una primera temporada exitosa y, en este capítulo de exposición de la nueva trama, acierta al no incluir a los personajes conocidos hasta el final. Así transmite con mayor eficacia la idea de cambio y, al mismo tiempo, espolea la fidelidad a un tono y unos contenidos determinados. En esta ocasión, el argumento subraya mucho más la intención de retrato sociológico y crítico de la metástasis de corrupción política y económica. Y refuerza los recursos relacionados con el miedo y la inminencia del mal. El ritmo desmiente ciertos dogmas del género pero, por suerte, los thrillers europeos ya han sabido imponer una dosificación narrativa que le da la misma importancia a la investigación que a la turbulencia psicológica de los personajes. En este sentido, el asesino interpretado por Josep Maria Pou está a medio camino de Seven y de la bibliofilia inquietante de las novelas de Carlos Ruiz Zafón. En The
Handmail’s Tale, que adapta para la tele el libro de Margaret Atwood (El cuento de la criada), la lentitud es tan estructural como el obsesivo seguimiento del rostro de la protagonista, interpretada por una Elisabeth Moss que soporta buena parte de la responsabilidad de lograr que el espectador llegue hasta el final sin abandonar su compromiso con la verosimilitud. A partir de la idea de una sociedad totalitaria que, con la excusa de la pureza religiosa, impone una esclavitud sexista y clasista, la serie reflexiona sobre el poder y la libertad y sobre como la represión, la paranoia, la delación y la violación ya no son una remota hipótesis de ficción sino un presagio plausible.
El realizador busca recursos en la grada, que compensen esta desesperada alegría envasada al vacío