La esfinge
Como pasa a menudo, esta semana han coincidido un grupo de acontecimientos aparentemente inconexos pero que, por proximidad temporal, han ido reforzando el sentido de los unos con los otros. Primero, fue el magnífico partido del Barça en el Bernabeu, la actuación estelar de Messi y la consecuente reacción de entusiasmo en la prensa internacional. El diario que tienen entre las manos publicaba el martes un muy buen artículo de Joanjo Pallàs sobre el comportamiento de Messi: “Lo mejor es un misterio”, donde refería la timidez del astro argentino, su parquedad expresiva más allá del terreno de juego y la necesaria tarea interpretativa a la que condena a sus seguidores.
Al día siguiente me sorprendió descubrir el magnífico título del último disco de la banda Nada Surf: “The stars are indifferent to astronomy”. Al principio no lo relacioné tanto con el jugador como con el hecho de que el tema de la indiferencia de las estrellas es central en el poema The more loving one, de WH Auden, que adapté al catalán para componer una canción de Mishima. Es evidente que cuando Auden escribió aquello de “Looking up at the stars, I know quite well / That for all they care, I can go to hell” (Mirando las estrellas, ya entiendo que, si fuera por ellas, yo me podría ir al infierno) no sólo estaba hablando de astronomía. Se refería sobre todo a los seres humanos por quienes manifestamos admiración.
Llega un momento en la vida en que nos vemos condenados a llegar a un pacto, a un punto de equilibrio, con esta tozuda indiferencia que muestra la realidad hacia nosotros y nuestra necesidad de entenderla, la misma que muestra el genio hacia nuestra necesidad de saber cómo se lo monta.
Porque de hecho nos pasamos la
La parquedad expresiva de Messi más allá del terreno de juego condena a sus seguidores a interpretarlo
existencia rebelándonos: llamando la atención de nuestros padres, aprendiendo a detestar aquellos objetos del deseo que nos obvian, haciéndonos los interesantes en las conversaciones. Todos intuimos, todos tememos que, lejos de todo el ruido y el jaleo de cada día, un poco más allá, reina el silencio más absoluto y el desprecio es su norma. En eso, el cosmos se parece mucho a la muerte: es ciego, sordo y mudo. Como el destino en una película de los hermanos Coen. Pero ello no quiere decir que tenga la última palabra, ni que necesariamente nos vaya en contra, ni que reclame de nosotros más interpretaciones que las estrictamente necesarias. Siempre que cargamos las tintas a la hora de interpretar a alguien que no habla claro o que, simplemente, no habla, tiendo a partirme de risa. No porque yo los entienda mejor, sino porque sospecho que pasa como con aquel amigo que ligaba mucho sin abrir boca. Las novias le duraban el mismo tiempo que tardaban en darse cuenta de que, si no hablaba, era porque no tenía mucho que decir.