NO APTO PARA MENORES
Hoy pocos recuerdan lo que es una casa de tolerancia. Lejos de referirse tal expresión a un cenáculo de librepensadores o a un ateneo popular, el eufemismo era la manera políticamente correcta en la primera mitad del siglo XX de designar a los prostíbulos. En España habían estado permitidos hasta la II República, que en junio de 1935 las prohibió dentro de un decreto sobre Sanidad. Pero con la dictadura nacional-católica retomaron, paradójicamente, sus actividades habituales, debido a que esta legislación republicana fue abolida en 1941. Hasta que el 3 de marzo de 1956 el gobierno franquista, ante la insistencia de la Iglesia, decidió lanzarse a una tardía cruzada para acabar con ellos, mediante un decreto ley “sobre aboli- ción de centros de tolerancia y otras medidas relativas a la prostitución”. El Ejecutivo presentaba la iniciativa como la primera de una serie de medidas para abordar “la totalidad del problema” de la prostitución, la cual tenía “consecuencias morales y sociales tan perniciosas”, según rezaba el texto legislativo. La medida llevaría a un ejercicio oculto de la prostitución en una sociedad en la que muchas mujeres, desde las viudas de los rojos hasta las criadas de las aparentemente intachables familias burguesas, se veían arrastradas al oficio más antiguo del mundo.
Existía también por entonces otra eufemística expresión de índole sexual que era la de “jugar a lo prohibido”, también hoy de improbable recuerdo. Lejos de hacer alusión a perversiones para seguidoras de Grey y compañía, su significado muy concreto aludía a la práctica del sexo con menores de edad, límite que por entonces se establecía en los 21 años. Las normas morales de la época, como se sabe, resultaban muy taxativas con todo aquello que pudiera acercar el sexo a los jóvenes y esto llevó a un recrudecimiento de la censura, que se mostró muy quisquillosa sobre todo con el cine de la época.
Puede resultar entendible que, en ese contexto, se calificase como de “No apta para menores” una película como Un
tranvía llamado deseo. Pero resulta más sorprendente que nos encontremos con la misma calificación cuando revisitamos el anuncio del estreno en Barcelona, en el cine Principal Palacio, de la película
Lola torbellino, interpretada por la faraona Lola Flores. El anuncio no daba demasiadas pistas del porqué de tan duro calificativo: “Una película cautivadora en la que las canciones y bailes son un derroche de alegría y gracia”. Si profundizamos un poco más, hallaremos que el film, producido en México, tenía como título original Los 3 amores de Lola. La historia nos muestra a la cantante viajando al país azteca para una gira, durante el que residirá en casa del compositor que le ha invitado (posible causa de escándalo), pero es que en aquella residencia conocerá a otros dos caballeros que también caerán rendidos a sus encantos. Aquella casa de los líos amorosos debió parecerle al censor poco menos que una casa de tolerancia.