Rumba catalana
Hace un tiempo, en TV3, coincidí con Josep Maria Espinàs, hombre que, como algunos eclesiásticos, es un hábil vendedor de aparentes humildades. Y en aquella ocasión, Espinàs se preguntaba cómo habíamos sido capaces de convertir El cant dels ocells en una canción tan triste. Yo le contesté que no me sentía responsable de esa tristeza, pero que eso es lo que suele ocurrir cuando se abusa hasta la saciedad de una canción en funerales políticos y otras ceremonias oficiales más o menos enlutadas. Abusar de la paciencia de los muertos, sobre todo con intenciones políticas, siempre tiene consecuencias graves. Con My way (A mi manera), la canción que popularizó Frank Sinatra y que suele oírse mucho en los tanatorios, puede acabar pasando lo mismo. O sea que, tras el fracasado intento de politizar el día de Sant Jordi por parte de una editora, llegaron Los Manolos a la fiesta que La Vanguardia organizó en el hotel Alma y desapareció la tristeza politizada. En cuanto que algunos seres encogidos se atreven incluso a escribir que son guerreros. Cuánto mal han hecho en algunos las tortugas Ninja. En realidad, las culpables no han sido esas tortugas sino la combinación letal que resulta de mezclar cobardía con oportunismo.
No negaré que la rumba catalana le debe mucho a Peret, pero estos coloristas sobrinos suyos, Los Manolos, suenan mucho mejor, lo alborotan todo mejor y nos devuelven la alegría de vivir incluso en un inglés que los Beatles también envidiaron. El cofundador de Taller de Músics, el andaluz Luis Cabrera, que se define como independentista catalán, me contó en cierta ocasión que el problema de los catalanes es que no nos tocamos. Cabrera me dijo que en Catalunya la propia rumba catalana sigue estando marginada porque permite a la gente bailar, rozarse y al catalán paradigmático, que se parece a Espinàs, pero también al historiador Joan B. Culla, le dan miedo los roces, las pasiones. Cabrera me dijo que el preflamenco no nace en Cádiz ni en Sevilla. En Cádiz y