La Vanguardia

El enemigo del pueblo

- Pilar Rahola

En Catalunya no hay ‘enemigos’ del pueblo, sino gentes cansadas de la degradació­n de sus intereses

De golpe he recordado la obra de Ibsen, que leí hace mil años. Un enemigo del pueblo, esa demoledora denuncia de cómo los intereses espurios están por encima de la razón y los valores. Con ella Ibsen hizo un grandioso homenaje a la honestidad frente a la corrupción, escrito a finales del siglo XIX y sin embargo plenamente vigente. Los enemigos del pueblo siempre son útiles para los rotos de la mala política y los descosidos de las malas intencione­s, ambos estrechos compañeros de cama.

Desde luego el “enemigo común” que ha mentado doña Cifuentes, Cristina para los amigos, no se parece al esforzado doctor Stockmann que descubre una bacteria contaminan­te en un balneario sueco, principal atracción turística del pueblo. Pero tomados así en tropel, los catalanes insurrecto­s algo tienen de clamor en el desierto, quizás porque ponen en evidencia las enormes carencias del discurso nacionalis­ta español. Unas carencias que exceden en soberbia e intoleranc­ia lo que carecen en complejida­d y sentido democrátic­o. Por esa vía de la demonizaci­ón a millones de catalanes, ¿qué creen que van a conseguir? ¿Qué aspira a alcanzar la doña de Madrid, más allá de sus intereses partidista­s de bajo vuelo?

Es cierto que los estigmas siempre son útiles para la mala política porque gozan de la perversida­d de destruir los matices y, al tratar a millones de personas como un todo amorfo y malévolo, impiden cualquier solución compleja. Es un manjar para los bajos instintos que reduce los conflictos a una simple ecuación de buenos y malos y así consigue la reacción reptiliana de la gente. Pura metralleta de demagogia. Pero, una vez acordada su utilidad para la baja política, ¿sirve para algo más? Porque lo que la señora Cifuentes debería recordar es que en Catalunya no hay

enemigos del pueblo, sino gentes cansadas de la degradació­n de sus intereses, la permanente inquina contra su identidad y la represión de sus derechos históricos. Lo de Catalunya es un conflicto territoria­l de hondo calado, larvado durante siglos y, hasta el momento, irresoluto. Y poblado, por cierto, por gentes razonables y ordenadas que, si se han sublevado contra el Estado, es porque han llegado al hartazgo. En lugar de caer en la letra escarlata de rigor y colocarnos el sambenito herético, una líder política de nivel (y sinceramen­te, creo que Cifuentes lo es) debería huir del simplismo ramplón, no caer en la criminaliz­ación de millones de catalanes y recordar que por esa vía nunca han resuelto el problema catalán. Sólo lo han reprimido. Lo cual ha sido bueno para los dictadores de la historia, pero ¿es la opción para los demócratas?

Retornando a Ibsen, dice su personaje que el hombre más fuerte del mundo es el que resiste la soledad. También vale para los pueblos. Puede que los catalanes estemos solos, pero hemos resistido a la soledad. Y esa resistenci­a nos ha hecho invencible­s.

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