Grietas en el bastión rojo
En Saint-Denis, un feudo comunista, la izquierda está dividida sobre el voto en la segunda vuelta
Pocos lugares en Francia encarnan más las esencias nacionales de las que Marine Le Pen se autoproclama guardiana que Saint-Denis: aquí están enterrados los reyes de Francia desde el siglo VI. Pero la historia engaña. También pocos lugares en Francia son tan hostiles al Frente Nacional como Saint-Denis. La ciudad presume de ser un bastión comunista desde 1920. Su historial rojo tiene un único borrón: durante la II Guerra Mundial, el alcalde comunista Jacques Doriot se pasó al régimen de Vichy. “No es muy apreciado por aquí…”, dice un trabajador del Ayuntamiento.
El salto del comunismo al fascismo, sin embargo, no es sólo cosa del pasado. El mapa de Francia, como el de Europa, está plagado de viejos feudos de la izquierda arrebatados por la extrema derecha. Saint-Denis tiene varios ingredientes del cóctel que mejor se le da agitar a Le Pen: una ciudad pasto de la desindustrialización, con un paro que dobla la media y altos índices de criminalidad. Y, sin embargo, el FN apenas arrancó un 10% del voto en primera vuelta, frente al 43% del izquierdista Jean-Luc Mélenchon.
“Aquí su discurso no cala. Esta ha sido siempre una ciudad de acogida. Primero vinieron los bretones; luego españoles, portugueses e italianos; más tarde, argelinos y tunecinos, y, en los últimos años, los subsaharianos. Siempre lo hemos visto como una riqueza”, afirma el alcalde, Laurent Russier. Un simpatizante del FN quizá lo explicaría de un modo más crudo: un 25% de la población es extranjera y, entre los que tienen nacionalidad francesa, un 60% tiene orígenes inmigrantes. “Nuestra población sabe que tiene todas las de perder con Marine Le Pen”, resume el alcalde.
El 1 de mayo, Russier organizó un “aperitivo ciudadano contra el Frente Nacional”, en el que pidió el voto a Emmanuel Macron en segunda vuelta. Aunque no puede decirse que lo hiciera con un entusiasmo contagioso. “No creo en la política de Macron –se explica el alcalde–. Combatí su reforma laboral cuando era ministro de Economía y ahora dice que quiere ir más lejos. Lo que ofrece a nuestros jóvenes es un espejismo. Dice que si liberalizamos la economía, si quitamos todas las reglas, todo el mundo podrá ser emprendedor. Muchos le hicieron caso y se metieron en Uber. No tardaron en darse cuenta de que al final tenían que trabajar más de 70 horas para llegar al sueldo mínimo y que ni siquiera cotizaban. No basta con bajar el desempleo si lo que significa es transformar parados en trabajadores de miseria”.
Aunque es un sapo difícil de tragar, los comunistas han cerrado filas con el llamado frente republicano para frenar a Le Pen. “Ella supone un peligro mucho mayor que Macron –argumenta Russier–. En países como Hungría, Polonia o Turquía vemos los primeros desteFrancia llos de lo que ocurriría en Francia si ella ganase. Líderes autoritarios que no tienen soluciones más allá de querer ir siempre un paso más lejos en su acaparamiento de poder, de recorte de libertades y derechos. La democracia es muy frágil”.
No toda la izquierda comparte la lectura. Mélenchon, el candidato que apoyaron los comunistas, se ha negado a pedir el voto a Macron. Las hondas grietas en el frente republicano asoman incluso en un bastión tan antilepenista como Saint-Denis. “En el 2002 voté a Chirac y en el 2012 a Hollande. Pero ya basta. La ideología del voto útil ha acabado. No vamos a caer más en este reflejo pavloviano”, se indigna Guillaume Attencourt, militante de Insumisa, el movimiento de Mélenchon, que esta semana apeló a favor del voto en blanco.
“Si gana Le Pen, habrá que preguntar a Sarkozy y a Hollande, cuyas políticas liberales han hecho crecer a la extrema derecha. Yo no puedo votar a los pirómanos. Si algo ha hecho la izquierda ha sido frenar a Le Pen, que sólo gracias a nosotros no ha logrado el 28% que le daban los sondeos hace poco. Yo he logrado que dos obreros que iban a votar por ella apoyaran a Mélenchon. Así que no voy a tolerar lecciones de nadie. Es mucho más importante combatir al FN en el terreno que invocando un frente republicano cada cinco años”, replica.
Según los sondeos, un 15% de los votantes de Francia Insumisa votarán a Le Pen en la segunda vuelta.
Patrick Braouezec, alcalde de Saint-Denis entre 1991 y 2004 y miembro del Partido Comunista desde 1972, lanza un análisis severo. Acusa al candidato de Francia Insumisa de haber “flirteado” con la ideología de Le Pen para ganar votos. “No me gustan nada las posiciones de Mélenchon sobre Europa ni sobre la inmigración. Luego se corrigió, porque vio que no sentaba bien entre sus filas, pero hizo unas afirmaciones en que prácticamente acusó a los inmigrantes de estar comiéndose el pan de los franceses. Y arrebatarle el voto a Le Pen no siempre es algo bueno. Si lo captas con causas justas está bien, pero si lo haces alentando su discurso es tremendamente peligroso”, sostiene.
Braouezec es una voz discordante en la izquierda. Levantó ampollas cuando, ya en la primera vuelta, se salió del guión y anunció que iba a votar a Macron. “Había que evitar a toda costa una segunda vuelta entre Le Pen y François Fillon. Quien habría pagado el precio más duro hubiese sido las clases populares e inmigrantes”, argumenta. Por eso considera una irresponsabilidad que una parte de la izquierda se niegue a votar por Macron. “Mi voto no es de adhesión, sino de estrategia. Por eso pido el voto a los candidatos comunistas en las legislativas, que serán la tercera vuelta de estas elecciones. Veo muchas cosas que no me gustan en el programa de Macron. Pero la diferencia es que a él le podemos combatir en un marco democrático, mientras que Marine Le Pen lo pone en peligro. Votar en blanco es un lujo de los que lo son. Los que tienen hijos mestizos o un apellido árabe no pueden correr el riesgo de que salga Le Pen”, dice.
En la basílica de Saint-Denis, José Kibala, un congoleño de 46 años que llegó hace 20 a Francia, dirige el desmontaje de un andamio de restauración de los vitrales. “Sí, en África estudiamos todo esto”, dice de los sepulcros reales que descansan unos metros más allá. La mayoría están vacíos: en 1793, en el calor de la revolución francesa, la turba inhumó las tumbas y enterró a los reyes de Francia en fosas comunes. Kibala no tiene dudas sobre a quién votar. “A Macron. Aquí todos le votaremos”, dice señalando a los obreros, todos negros o árabes. “Le Pen no quiere saber nada de nosotros”.
“Las políticas liberales de Sarkozy y Hollande han hecho crecer a la extrema derecha, no votaré a pirómanos”