La hazaña vasca
La estructura de España no se está construyendo con grandes ideas, sino en cada ley de Presupuestos
Se equivocó Mónica Oltra al decir que hace falta montar un follón mundial para que el Gobierno central asuma las demandas de las autonomías. No es exactamente así. Lo que hace falta es que las autonomías que reclaman algo reúnan las siguientes características: tener un partido nacionalista fuerte, pero que no sea separatista a corto ni medio plazo; disponer en el Congreso de diputados suficientes para completar alguna mayoría coyuntural; estar dispuesto a negociar, con la habilidad de mantener el suspense sobre sus intenciones hasta el último minuto, que es cuando se consigue lo sustancial; es decir, tener la fortuna de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno y con negociadores sabedores de la necesidad de su interlocutor. Con esas cualidades pueden apretar o aflojar la soga hasta alcanzar sus pretensiones.
El PNV, que para algo es el partido más viejo entre sus homólogos, demostró esas cualidades. Comenzó anunciando que tenía redactada su enmienda a la totalidad de los presupuestos del Estado; después dijo que estaban lejííííísimos de cualquier acuerdo y que con el PP tenían poco que negociar; más tarde o paralelamente insinuó que había que hablar de los presos de ETA y en el último Aberri Eguna el presidente del partido, el señor Ortuzar, no llegó a reclamar, pero sí planteó, la aspiración a una cosoberanía como la que el Gobierno ofrece a Gibraltar. “Estamos en la misma península”, justificó.
Al final, cuando faltaban unas horas para el comienzo del debate, el consejero vasco, el señor Azpiazu, calificaba el acuerdo como “excelente y muy satisfactorio” y Rajoy comunicaba que empezaba a trabajar en el presupuesto del 2018. Ni follón mundial ni nada por el estilo: conocimiento de las necesidades de la Moncloa para conseguir una rebaja del cupo (¡diez años luchando por ella!), un buen plan de inversiones, la Y vasca y otras menudencias. Y todos tan contentos: los unos habían conseguido lo que querían y los otros podían seguir gobernando. Quedaba conjurada la última maldición que caía sobre Rajoy: la que decía que nadie quiere acordar nada con un partido marcado por la corrupción. Y un regalo: a Pablo Iglesias le destruían la mitad de su discurso.
Nacionalismos dialogantes, bendito tesoro. Ningún otro partido estatal y que presume de sentido de Estado (español, por supuesto), salvo Ciudadanos, habría querido dar ese triunfo al PP. Quizá porque ninguno tiene nada que negociar y sí tiene mucho que deteriorar para alcanzar el poder. Los nacionalismos dialogantes van haciendo país a base de ofrecer estabilidad. Pero la sostienen haciéndonos saber lo que cuesta. La estructura de España no se está construyendo con grandes ideas, sino en cada ley de Presupuestos cuando no hay mayoría absoluta. La gran política española se va haciendo así, a golpes de exigencias y a contragolpes de concesiones. No sé qué ocurrirá cuando el Estado ya no tenga nada que ceder.