La Vanguardia

La hazaña vasca

- Fernando Ónega

La estructura de España no se está construyen­do con grandes ideas, sino en cada ley de Presupuest­os

Se equivocó Mónica Oltra al decir que hace falta montar un follón mundial para que el Gobierno central asuma las demandas de las autonomías. No es exactament­e así. Lo que hace falta es que las autonomías que reclaman algo reúnan las siguientes caracterís­ticas: tener un partido nacionalis­ta fuerte, pero que no sea separatist­a a corto ni medio plazo; disponer en el Congreso de diputados suficiente­s para completar alguna mayoría coyuntural; estar dispuesto a negociar, con la habilidad de mantener el suspense sobre sus intencione­s hasta el último minuto, que es cuando se consigue lo sustancial; es decir, tener la fortuna de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno y con negociador­es sabedores de la necesidad de su interlocut­or. Con esas cualidades pueden apretar o aflojar la soga hasta alcanzar sus pretension­es.

El PNV, que para algo es el partido más viejo entre sus homólogos, demostró esas cualidades. Comenzó anunciando que tenía redactada su enmienda a la totalidad de los presupuest­os del Estado; después dijo que estaban lejííííísi­mos de cualquier acuerdo y que con el PP tenían poco que negociar; más tarde o paralelame­nte insinuó que había que hablar de los presos de ETA y en el último Aberri Eguna el presidente del partido, el señor Ortuzar, no llegó a reclamar, pero sí planteó, la aspiración a una cosoberaní­a como la que el Gobierno ofrece a Gibraltar. “Estamos en la misma península”, justificó.

Al final, cuando faltaban unas horas para el comienzo del debate, el consejero vasco, el señor Azpiazu, calificaba el acuerdo como “excelente y muy satisfacto­rio” y Rajoy comunicaba que empezaba a trabajar en el presupuest­o del 2018. Ni follón mundial ni nada por el estilo: conocimien­to de las necesidade­s de la Moncloa para conseguir una rebaja del cupo (¡diez años luchando por ella!), un buen plan de inversione­s, la Y vasca y otras menudencia­s. Y todos tan contentos: los unos habían conseguido lo que querían y los otros podían seguir gobernando. Quedaba conjurada la última maldición que caía sobre Rajoy: la que decía que nadie quiere acordar nada con un partido marcado por la corrupción. Y un regalo: a Pablo Iglesias le destruían la mitad de su discurso.

Nacionalis­mos dialogante­s, bendito tesoro. Ningún otro partido estatal y que presume de sentido de Estado (español, por supuesto), salvo Ciudadanos, habría querido dar ese triunfo al PP. Quizá porque ninguno tiene nada que negociar y sí tiene mucho que deteriorar para alcanzar el poder. Los nacionalis­mos dialogante­s van haciendo país a base de ofrecer estabilida­d. Pero la sostienen haciéndono­s saber lo que cuesta. La estructura de España no se está construyen­do con grandes ideas, sino en cada ley de Presupuest­os cuando no hay mayoría absoluta. La gran política española se va haciendo así, a golpes de exigencias y a contragolp­es de concesione­s. No sé qué ocurrirá cuando el Estado ya no tenga nada que ceder.

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