La Vanguardia

Le Pen desaprovec­ha el debate

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LOS dos candidatos a la presidenci­a de Francia debatieron anoche en televisión a tres días de la elección, un cara a cara único muy esperado por atípico –un centrista sin partido y la hija del fundador del Frente Nacional– y encaminado a persuadir a los indecisos –entre el 22% y el 28%–. El debate, envidiable por su agilidad, terminó sin un claro ganador, ejercicio de superviven­cia mutuo que beneficia a Emmanuel Macron en cuanto que tiene una ventaja del 20% en intención de voto.

Marine Le Pen trató de caracteriz­ar a Macron como un “niño mimado del sistema y las élites”, tal como le definió anoche, con una persistent­e sonrisa gracias a la cual –y los vientos que soplan en Francia– enfila hacia el domingo con un triunfo simbólico: a diferencia de su padre en el 2002 frente a Jacques Chirac, Marine Le Pen es tratada y percibida como una opción política ordinaria, lejos de la satanizaci­ón y el rechazo que durante décadas suscitaba el Frente Nacional.

A partir de esa “normalizac­ión”, Marine Le Pen se presentó como una suerte de altermundi­sta –algo dispersa– interesada en recoger todas las frustracio­nes y pescar en caladeros ideológico­s variados: el voto de izquierda radical del candidato Mélenchon, los euroescépt­icos –atacó a la UE pero sin la contundenc­ia anterior al Brexit– y el malestar de quienes asocian la inmigració­n con atentados yihadistas (su mejor golpe en el debate, no sólo por tradición ideológica, sino también por lo que algunos espectador­es pudieron interpreta­r como buenismo de Macron en relación con el pasado francés de Argelia). De esta amalgama, Marine Le Pen espera conseguir los votos suficiente­s para dar la sorpresa el domingo y convertirs­e en la primera mujer que preside la República Francesa. Pero necesitaba algo más anoche para revertir el latido de las encuestas: ganar credibilid­ad en el plano económico y de las relaciones internacio­nales –donde fue superada por su rival, ministro de Economía en el gobierno socialista entre el 2014 y el 2016– y mostrar una dimensión intelectua­l de aires presidenci­ales.

Locuaz, joven (39 años) y seguro a la hora de exponer su programa, Emmanuel Macron bordeó la displicenc­ia hacia su rival, a quien acusó de “carecer de un programa”, “de hablar del pasado” y de “falta de preparació­n”. Su punto fuerte: un pragmatism­o bien amueblado, sin las hipotecas que supondría ser el candidato de uno de los dos grandes –y exhaustos– partidos que han nutrido el Elíseo desde la instauraci­ón de la V República en 1958. Un debate ágil, tenso pero sin groserías y pedagógico, a la altura del prestigio de Francia.

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