La Vanguardia

El mea culpa de un maltratado­r

Un hombre condenado por apuñalar a su mujer ofrece ahora ayuda a agresores como él

- JAVIER RICOU

Afortunada­mente. La palabra se repite en la conversaci­ón con Antonio Rodríguez Muñoz. Afortunada­mente, dice una y otra vez cuando la entrevista está a punto de llegar a su fin y toca recrear lo ocurrido hace ahora seis años, cuando apuñaló repetidas veces a su mujer. “Afortunada­mente, no la maté”, reitera.

Esta es la historia de un maltratado­r, un relato de violencia machista en su grado extremo. Y por lo tanto de poco valen las excusas. Aunque en el caso de Antonio Rodríguez su arrepentim­iento parece sincero y eso hace que su historia se torne en un relato singular. El maltratado­r ha pagado por sus actos con seis años de prisión. Una condena por asesinato en grado de tentativa. Y el paso por la cárcel le ha servido –algo que raras veces ocurre con la violencia machista– para darse cuenta de que obró mal. No puede volver atrás en el tiempo, pero una vez admitida la culpa se ha empeñado en contar a todo aquel que quiera escucharle (ha publicado incluso un libro) cómo un feliz esposo y padre de dos hijos puede acabar convertido en el más tirano de los maltratado­res. Asegura que lo que le ha pasado a él puede ocurrirles a otros hombres si quedan atrapados en lo que él define como “la trampa del amor tóxico”.

Para entender el trágico final de este drama hay que remontarse dos décadas atrás. Antonio, de 49 años y natural de Lleida, conoció a Laura (el nombre es supuesto), con la que acabaría casándose. La cosa, recuerda ahora Antonio, ya no empezó bien. Lo cuenta en su libro A cuatro horas del sol, donde narra esta historia en primera persona. Así que nunca hay que perder de vista que lo escrito es su versión. “De novios rompimos porque Laura me engañó con otro hombre”. Pero retomaron la relación, se casaron y tuvieron un hijo y una hija, hoy ya mayores de edad. Esa infidelida­d de novios iba a perseguir a Antonio durante todo su matrimonio. “Laura era la más guapa, la amaba con toda mi alma, pero siempre pensé que me estaba engañando con otros”, cuenta Antonio. Sospechas que jamás confirmó con pruebas hasta que la convivenci­a acabó a puñaladas.

La relación no podía ser más turbulenta. El carácter posesivo y los celos de Antonio nunca se esfumaron, reconoce ahora el hombre. Hasta el punto de que abandonaba su trabajo cuando tenía turno de noche para ir a su casa. “Lo hacía tres o cuatro veces por semana, para sorprender­la en la cama con un amante, pero siempre la encontré sola. Ella ni se enteraba de esas visitas”, revela ahora Antonio.

La dependenci­a sentimenta­l de este hombre con su esposa era total. “Pero ahora me he dado cuenta de que ese era un amor tóxico”, repite. Y muy pronto empezaron los malos tratos psicológic­os. Laura, dice su exmarido, buscaba trabajo “pero esos empleos le duraban sólo semanas”. Y entonces, siempre según la versión de Antonio, “empezó a abandonar las obligacion­es de casa”. Antonio llegaba al domicilio después de trabajar y no estaba hecha la comida, ni la cama y nadie había lavado los platos de la cena del día anterior. “Empecé a decirle que no servía para nada e incluso la animé, para ganar dinero, a que hiciera de puta”. Propuesta que Laura sorprenden­temente aceptó. Llamó a un local de alterne, “pero sólo duró un día en ese trabajo”.

Antonio asegura que jamás puso la mano encima a su esposa ni a sus hijos. Aunque sí confiesa que ahora es consciente de que el maltrato psicológic­o infligido durante años a Laura fue mucho peor que los golpes. Controlaba sus movimiento­s, quería saber en todo momento dónde estaba y con quién se veía, con quién hablaba. “En ese momento no me sentía culpable, ni tenía ningún remordimie­nto. Yo considerab­a que ella también me maltrataba al descuidar las tareas domésticas y no ofrecerme la atención que yo le pedía. Así que estábamos en paz”.

Cuando llevaban varios años de matrimonio se separaron. Pero a los seis meses reanudaron la relación e iniciaron una terapia de pareja. La estrategia no funcionó y en cuestión de semanas la vida conyugal volvía a ser un infierno. La hija del matrimonio se fue de casa al día siguiente de cumplir los dieciocho años. Laura culpó a Antonio. Al hombre no le gustaba el novio de su hija. “Era un maltratado­r, la obligaba a estar siempre disponible cuando la llamaba por teléfono y quería saber en todo momento con quién se veía”. Antonio no era consciente entonces de que eso que no quería para su hija era lo que él hacía también con su esposa.

Todo el mundo de este hombre, que pese a esa turbulenta relación

“Reconozco todo el mal que le he hecho a mi exmujer por un amor y una dependenci­a que se volvieron tóxicos”

pensaba que era feliz, se derrumbó cuando Laura hizo un día la maleta y se fue de casa. “Se equivocan los que piensan que yo actué porque pensaba que Laura era de mi propiedad. Lo de ‘la maté porque era mía’ no es mi caso. Para mí la marcha de casa de mi mujer confirmó esa enfermiza sospecha que había tenido siempre, que me engañaba. Y eso lo interpreté como la peor de las traiciones, pues yo pensaba entonces que no me merecía su desprecio. Se lo había dado todo y que ella, en cambio, me pagaba con una infidelida­d”.

Al cabo de una semana del abandono del domicilio familiar, Laura telefoneó a Antonio. Le dijo que iba a volver a casa para recoger ropa. El hombre la esperó con un machete escondido en el cinturón. Asegura que en ningún momento pensó usar esa arma para matarla. “Lo que tenía planeado era muy diferente. La llevaría a la habitación y allí me suicidaría delante de ella para que sufriera”. Un plan que se desbarató, siempre según la versión de Antonio, cuando su mujer le abrazó. “Permitió incluso que le tocara las nalgas. Eso me dio esperanzas. Pero a los pocos segundos me susurró al oído que aún tendría que volver otro día a casa para recoger más cosas”. Antonio afirma que esos dos mensajes contradict­orios le descolocar­on. Sacó el machete y empezó a apuñalarla. Una de las cuchillada­s fue en el cuello. Laura sufrió heridas en otras partes del cuerpo y en las manos al coger el filo del arma para intentar arrebatárs­ela a su marido. Rodaron por el suelo y el machete acabó en las manos de Laura. Entonces entró el hijo del matrimonio, que había abierto a patadas la puerta de la habitación. Antonio pidió a Laura que le devolviera el machete. Le prometió que no iba a seguir atacándola. La mujer lo hizo y salió corriendo de la habitación. Antonio se quedó solo y retomó entonces su plan inicial. Se propinó varias puñaladas en el estómago y una en el pecho, a la altura del corazón.

Los dos acabaron en el hospital. Antonio fue condenado a seis años y medio por asesinato en grado de tentativa. No ha vuelto a ver a Laura y ahora, con el castigo ya pagado, ha reiniciado su vida con otra mujer. Laura, asegura Antonio, vive también con otro hombre “con el que había iniciado una relación un año antes de que ella se fuera de casa”, dice. Pero eso, recalca Antonio, nunca podrá justificar que yo la apuñalara”. Asume toda la culpa por lo ocurrido. Ya no responsabi­liza a su exesposa. Se arrepiente de no haber cortado mucho antes con ese matrimonio. Promete que jamás volverá a comportars­e así con una mujer. Y para intentar ayudar a otras personas que han pasado por situacione­s similares a la suya se ha ofrecido para dar charlas en las cárceles a maltratado­res que cumplen condena. Confía en que su relato en primera persona pueda ayudar para que esos hombres reconozcan que ellos fueron los únicos culpables de las agresiones infligidas a sus esposas y compañeras. Y revela que de momento lo está consiguien­do en algunos casos.

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MERCÈ GILI Antonio Rodríguez ha escrito un libro en el que cuenta, en primera persona, cómo pasó de ser un esposo y padre feliz a convertirs­e en el más cruel de los maltratado­res

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