La Vanguardia

Recuerdo de Maurici Pla

- Julià Guillamon

El pasado mes de enero murió Maurici Pla (Barcelona 1959-2017), escritor y profesor de la Escola Tècnica Superior d’Arquitectu­ra. Conservo de él un par de recuerdos personales. Hace ocho o nueve años, en la inauguraci­ón de una exposición, se me acercó un matrimonio mayor: “Le venimos a agradecer lo que ha hecho por nuestro hijo”. “¿Qué quiere decir?” –pregunté a la señora–. “Nuestro hijo es Maurici Pla”. Les expliqué que no había hecho nada especial: había leído los libros de su hijo, los cuentos de A favor dels suspens y la novela Dissabte a les fosques, me parecieron interesant­ísimos y lo escribí en dos artículos espaciados en el tiempo. Todo el mérito era de Maurici, que había creado un mundo personal, en el que la ficción y la imaginació­n convivían con la realidad y la autobiogra­fía, iluminándo­las con una luz espectral que las desnudaba por dentro. Era una época, a finales del siglo XX, en la que se publicaba mucha literatura críptica, libros que en mis críticas denominaba novelas autistas. Nunca pensé que los libros de Maurici Pla pudieran caer en esta categoría. Tenía una imaginació­n literaria tan poderosa que aquellos relatos, que surgían de conflicto con el mundo que animaba él sólo, nos representa­ba a todos. Recuerdo hablar de ello con su editor, Jaume Vallcorba, a propósito del primer libro que le editó, A favor del suspens. A Jaume le impresiona­ba un cuento en el que un niño se suelta de la mano de sus padres y se lanza al mundo por su cuenta: la sensación de vértigo deseoso y emocionant­e.

Coincidí con Maurici Pla en el Sant Jordi de 2012, en el puesto de la librería La Central en la Rambla de Catalunya: acababa de publicar la novela L’alquímia del mercat d’alquímies. Cosas del Día del Libro y de la Rosa: Eduard Punset, que estaba en la cima de su gloria televisiva tenía una cola interminab­le. Rafael Argullol, se percató de la situación, y a los cinco minutos se marchó ofendido. Maurici y yo nos quedamos en un rincón de la mesa hablando de libros, mientras Punset sonreía, encantado de la vida, y las señoras le masajeaban el ego. Estos días he recuperado el primer libro de Maurici Pla, El

mal enamorat, que no apareció en ninguna necrológic­a ni se cita en las bibliograf­ías, publicado por Edicions Camacuc de Valencia, en 1996. Es una autobiogra­fía de ficción que anticipa muchas de las iluminacio­nes de su obra posterior. La lucha entre la realidad y el ideal que consume al pintor de Dissabte a les fosques y que en L’alquímia del mercat d’alquímies sirve para describir la corrupción del mundo que ha renunciado a las obras del espíritu. En uno de los capítulos finales, el alter ego de Maurici Pla, Mingo, pierde el anhelo de ideal y se enamora de la realidad. La desea tan intensamen­te que no quiere salir de ella. La imaginació­n, en cambio, le da miedo. “L’únic que havia passat era que l’Ideal havia esdevingut realitat, que allò que sempre havia anhelat es trobava de fet davant d’ell sense que ell ho veiés. Ara, quan ho mirava per primer cop, quedava enlluernat pel descobrime­nt.” Ideal y realidad forman un todo. Adiós al escritor sensaciona­l, que, en palabras del otro Pla, soñaba tortillas.

Era el creador de un mundo personal, en el que la imaginació­n convivía con la autobiogra­fía

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