Angustia global
WhatsApp deja de funcionar poco más de dos horas y afloran las protestas, ¿por qué?
El miércoles, sobre las diez de la noche, WhatsApp dejó de funcionar en buena parte del mundo. No era la primera vez ni fue un fallo general de internet ni un ciberataque que dejara fuera de combate los principales servicios de la red, como sí pasó en octubre del 2016 con el ataque a los servidores de Dyn. Mientras WhatsApp estuvo inactivo –y por mucho que cada mes lo usen 1.000 millones de personas–, se podían seguir haciendo llamadas telefónicas, los servidores de correo electrónico seguían mandando y entregando mensajes, y el resto de las redes sociales estaban operativas.
Y tampoco fue por mucho tiempo. Media hora después de la medianoche todo volvía a una normalidad. Una normalidad que, al parecer, ya no entendemos sin esta aplicación de mensajería. O eso es lo que indica que poco después de que WhatsApp se cayera, internet se llenara de mensajes de gente que mostraba su contrariedad co- mo si un mundo sin WhatsApp fuera mucho peor.
Para Josep Lluís Micó, profesor de periodismo de la URL, “nos volvemos locos porque pensamos que no podemos vivir sin WhatsApp, pero no es cierto, por lo que esta angustia no responde a nada real”. El psiquiatra Paco Barón –que no duda en hablar de enfermedad social– cree que el problema reside en que “dependemos de cosas que no son necesarias para nada, y que hacen que nos sintamos indefensos cuando no las tenemos y muy pendientes de saber cuándo las podremos volver a tener”.
Y es que WhatsApp es sin duda un caso de éxito. Para la profesora de psicología de la UOC Mireia Cabero, la aplicación de mensajería crea mucha dependencia porque “facilita mucho la comunicación: es menos comprometida que una llamada y hay cosas que son más fáciles de decir con un mensaje que por teléfono, y su protocolo es más sencillo que el del correo electrónico”. En este sentido Micó cree que la gran ventaja de WhatsApp es que, además de “cómodo, es asíncrono, y no hace falta que los dos interlocutores estén de forma simultánea en la conversación”. Además, ambos expertos están de acuerdo en que es una herramien- ta de control. “Si WhatsApp no funciona, tú no estás localizable, pero sobre todo no lo están los demás, y aquí es donde puede empezar la paranoia personal y social”, dice Cabero. En este sentido Micó opina que la propia app fomenta esto último “dándonos las herramientas tanto para que sepamos cuándo la otra persona ha leído el mensaje, como las contramedidas para evitar que el otro sepa que lo hemos hecho. Además, cuando no funciona, nos preocupa lo que podríamos saber de los demás y nos estamos perdiendo”, dice el profesor de la URL.
Sin duda, si Jean Paul Sartre hubiera escrito en el 2017 que “Dios es la soledad del hombre”, seguro que hubiera sustituido a Dios por WhatsApp. Por eso, para el doctor Barón, WhatsApp es ese “ruido de fondo que acompaña a mucha gente. Es aquello de sentarse en el sofá y echar un ojeada a los mensajes de los distintos grupos a los que se pertenece, pero sin mayor interés. Nos debería llevar a reflexión la importancia que damos a este ruido de fondo”. Y es que, tal y como dice Mireia Cabero, “WhatsApp nos hace sentir mucho más acompañados de lo que realmente pensamos” y por eso “el silencio de WhatsApp es un silencio que pesa mucho en la gente, porque de repente cree que toda su red social virtual está inaccesible”, apunta Micó.
A estas alturas, WhatsApp aún no ha hecho públicas las causas del fallo del pasado miércoles. Será que, a fin de cuentas, haber dejado de funcionar un par de horas es más importante para nosotros que para la propia compañía.