La Vanguardia

Vanguardió­logos

- Francesc Bracero

Hace 18 años, dos psicólogos de la Universida­d de Illinois, David Dunning y Justin Kruger, publicaron un estudio que demuestra un curioso sesgo cognitivo de los seres humanos: las personas más ignorantes, víctimas de un ilusorio sentimient­o de superiorid­ad, tienden a sobreestim­ar su propia capacidad, mientras que, en el polo contrario, aquellas que poseen mayores conocimien­tos subestiman su propia competenci­a. Esa caracterís­tica fue bautizada como el efecto DunningKru­ger: “La sobrevalor­ación del incompeten­te nace de la mala interpreta­ción de la capacidad de uno mismo. La infravalor­ación del competente nace de la mala interpreta­ción de la capacidad de los demás”.

El efecto Dunning-Kruger viene como anillo al dedo para explicar un fenómeno que se produce en el ámbito periodísti­co catalán. En determinad­os medios surgen desde hace años periodista­s que se atribuyen la capacidad para interpreta­r supuestas enrevesada­s (y aviesas) intencione­s que explican por qué La Vanguardia publica determinad­as informacio­nes de alcance político.

Les pondré como ejemplo el de un periodista de un medio digital que, como un moderno oráculo de Delfos punto cat, se siente capaz de describir procesos de la toma de decisiones en este diario como un ser omniscient­e. Este personaje no tiene acceso a fuentes que le expliquen esas resolucion­es. Simplement­e suelta lo que le pasa por la cabeza y, víctima de su propia ignorancia, lo acomoda como más le conviene a su ideología. En su triste y particular conjura de necios, su minúscula legión de seguidores suele celebrar sus desatinos en las redes sociales. Es decir, no sólo se engaña a sí mismo, sino también a los escasos lectores que, de buena fe, se creen sus escritos.

Es lógico que lo que publica el medio líder de la prensa catalana sea examinado con lupa, pero no hagan caso. Los vanguardió­logos, como los Reyes Magos, no existen. Un diario es mucho más que un libro abierto. No es ningún secreto, aunque haya conspirano­icos amantes de las razones ocultas, que en una informació­n bien elaborada y con fuentes no hay más que lo que se ve. Entre quienes creen que saben lo que ocurre en esta casa sin haberla pisado en su vida hay muchos que siempre quisieron formar parte de esta redacción. El efecto Dunning-Kruger demuestra por qué nunca lo hicieron.

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