Tengo miedo al terror
Dirección: Philippe Lesage Intérpretes: Édouard TremblayGrenier, Yannick Gobeil-Dugas Producción: Canada, 2015. 118 m. Les démons. Drama.
Ibáñez Serrador se preguntaba quién pude matar a un niño desde el mismo título de aquel inquietante relato, a pleno sol, que rodó sobre la infancia convertida en instrumento del terror. Quién puede siquiera pensar, en realidad, que el terror puede instalarse en la infancia, momento dulce de inocencia, el paraíso perdido que... ¿El paraíso? ¡Mentira! Y ahí está Los demonios para afirmar lo contrario.
Una sobrecogedora mirada sobre la infancia, ahí donde se dan cita todas las inseguridades y todos los espantos. Muestra el filme el desasosiego de unos críos de clase media, en Montreal. Con una infancia tranquila y luminosa en apariencia. Repleta sin embargo de rincones inciertos. El punto de vista es el de Felix, un crío silencioso y tímido que parece no tener amigos y vive en la inquietud más total. Frágil, con una fragilidad que se muestra, escena tras escena, momento tras momento, en una sucesión aparentemente inconexa de situaciones banales. De ahí surge el abuso del poder por parte del más fuerte, eso que llamamos bullying. O eso otro también, la pedofilia, que es lo peor del filme, por evidente. Por esperado. Por innecesario en un filme en que manda lo sutil.
Porque desde esta propuesta prácticamente sin argumento, en su aparente simplicidad, Los demonios aborda todos los miedos, incluido el de la sexualidad que despierta. Quizá por esa misma quietud que lo inunda todo, resulta de lo más amenazante y te deja en el cuerpo una sensación extraña, como de vértigo. Todo es cuestión de tono. El resultado de una mirada fría y desapasionada; la misma que gastaba Haneke cuando, en aquellas películas primeras, despreciaba a la humanidad. Pero Lesage no desprecia a sus criaturas, no. También las ama. Que nadie se lleve a equívoco. Como tampoco hay que esperar una propuesta de género, con sustos programados.
Estamos ante una sucesión de confusiones, las que dominan a Felix. Narradas desde la distancia justa, esa que se consigue cuando uno se mira a sí mismo. Entre el cariño y el desprecio. La distancia que sólo puede surgir de la propia autobiografía. Por momentos cansina. Siempre tremenda.