Joan-Lluïsos d’Or
‘El navegant’ de Joan-Lluís Lluís es un canto (desesperanzado) a la diversidad lingüística
Los premios Serra d’Or de la crítica son, hoy en día, un acérrimo azote a la intrascendencia literaria. Entre los galardonados este año destaca JoanLluís Lluís (Perpinyà, 1963) con la novela El navegant (Proa), que es un canto (desesperanzado) a la diversidad lingüística. Assiscle Xatot, un joven perpiñanés, descubre que tiene un superpoder que ningún superhéroe de Marvel codicia: tan pronto escucha una lengua nueva experimenta una sacudida interior parecido al mareo y la aprende. No se me ocurre un don mejor que este camaleonismo verbal. Fue leer la novela y empezar a envidiar a Assiscle. Naturalmente, este don pentacostalista le propulsa a moverse en pos de nuevas lenguas y la novela deviene la crónica de sus viajes por tierra, mar y aire, concretamente a bordo de un globo que parece un homenaje colorista a Julio Verne. De entrada, Assiscle va a parar al París de la guerra francoprusiana, donde vive la revolución frustrada de la Comuna, y al final acaba en la otra punta de mundo, en Nouméa (Nueva Caledonia). En las antípodas experimenta el choque identitario entre la cultura europea y la canaca, avanzando hacia un final de trayecto que se esfuerza por rehuir cualquier tentación de happy end. El autor encabeza cada capítulo con la traducción de la palabra nuvolet (nubecilla, el apelativo que define al protagonista) a una lengua distinta.
Joan-Lluís Lluís, autor de novelas memorables como El dia de l’ós (2004) y de obras singulares como Diccionari dels llocs imaginaris dels Països Catalans (2006), ha investigado mucho sobre la pérdida de diversidad lingüística que empobrece el mundo contemporáneo. Su genio lingüístico va mucho más allá del estudio, tal como lo demuestra la monumental Xocolata desfeta
(exercicis d’espill) (2010), un episodio cotidiano reescrito de 123 maneras diferentes a la manera de Queneau. La obra es un catálogo exuberante de las posibilidades expresivas de una lengua, el catalán, que él ve desaparecer de las calles de Perpinyà. En las páginas de El navegant (2016) articula este desencanto desde la lucidez que le permite resumir, en un párrafo, una de las certezas lingüísticas que contradicen el imperio del mercado. Traduzco: “Ya hablo las ochenta y seis lenguas que conoce Néstor. Me hubiera gustado poderle enseñar algunas de las que yo hablaba antes de llegar a París, pero él las sabía todas. Dice: Sí, las sé todas, pero añade: No, nunca podré conocer de veras todas las lenguas que sabes, porque nadie habla exactamente la misma lengua. Cada persona tiene una lengua, y esta lengua es sólo suya. Como no lo entiendo demasiado, lo precisa. Para hablar todas las lenguas del mundo, estrictamente todas las lenguas del mundo, tendría que hablar con cada humano que lo habita y con cada uno de los que nacen, tan pronto hablan. Porque cada persona habla de modo un poco distinto de los otros, con el tono, con las palabras, con el acento, con los silencios, con la forma de respetar o de maltratar la gramática”. Todos navegamos en solitario. Por eso leemos, para no estar tan solos.