El tren de la basura
Los historiadores suelen contar que, en tiempos del imperio romano, pese a lo avanzado de su cultura y los sofisticados lujos de sus clases dirigentes, su capital era un lugar sucio y maloliente. Dos mil años después, la ciudad aún arrastra un problema endémico con sus desechos. Los turistas perciben con sorpresa la suciedad del centro monumental –comparado con el de otras capitales occidentales–, pero la mayoría se ahorra las escenas todavía más deprimentes de la vasta periferia, donde hay calles, carreteras, parques y áreas públicas de toda índole convertidas en puros vertederos urbanos.
La administración que dirige la alcaldesa Virginia Raggi, del Movimiento 5 Estrellas (M5E), ha topado con el mismo problema, a pesar de que ganó las elecciones, hace casi un año, con la firme promesa de limpiar Roma. Estos días se está viviendo otra situación de emergencia. Las redes sociales van llenas de fotos tomadas por ciudadanos indignados por las miserias romanas. Beppe Grillo defiende a Raggi y sostiene que se trata de un problema heredado, estructural. El ex primer ministro Matteo Renzi, de nuevo líder del Partido Demócrata (PD), ha convocado a militantes y simpatizantes, el próximo domingo, para dedicar la mañana, ataviados con camisetas amarillas, a recoger basura. La acción desprende un evidente sabor electoralista, aunque es bueno concienciar a la gente porque, más allá de la desidia política y de la corrupción institucionalizada en la gestión de las basuras –a menudo vinculada a clanes mafiosos–, una raíz de fondo de esta lacra es la escasa cultura cívica y el poco sentido del bien común que hay en el país, especialmente en Roma, Nápoles y en el sur en general.
Desde diciembre pasado, Roma recurre a una solución extraordinaria para librarse de basuras y procesarlas correctamente. Entre dos y tres veces por semana, parte de la Ciudad Eterna un tren con destino a Zwentendorf, una localidad austríaca próxima a Viena, de apenas 5.000 habitantes, a orillas del Danubio. Los convoyes transportan centenares de toneladas de basura. Realizan un viaje de casi 1.200 kilómetros atravesando media Italia y la frontera de los Alpes. En una moderna instalación de Zwentendorf, propiedad de la empresa EVN, queman esos desechos. Con el vapor que se genera mueven unas turbinas y producen electricidad que sirve para abastecer a 170.000 hogares de la zona. Es un negocio redondo para los austríacos. Cobran de Roma 139 euros por tonelada de desechos y luego aún pueden producir y vender electricidad limpia para sus habitantes. Se prevé que reciban hasta 70.000 toneladas al año.
Norbert Richter, de EVN, asegura telefónicamente a La Vanguardia, desde Zwentendorf,
que “se trata de basura normal de las casas, sin clasificar”. Parece que lo único especial que han encontrado son muchos más restos de pasta (espagueti, macarrones, etcétera) y envoltorios de estos productos.
–¿Pueden estar seguros de que en la basura no hay productos tóxicos, dado que los romanos meten de todo en las bolsas?
–No, nada tóxico. Es ist alles vertraglich festgelegt!
(¡está todo estipulado en el contrato!)
La respuesta de Herr Richter es muy clásica, como concepto y expresión, de la ordenada mentalidad germana y austríaca. ¿Cómo va a haber algo no fijado en el contrato? No le cabe en la cabeza. El entrevistador debe atacar por otro ángulo.
–Para ustedes, en cualquier caso, es un excelente negocio. ¿Cómo se explica usted que no procesen la basura en Italia y generen allí electricidad?
–Eso es un asunto del Gobierno italiano y de sus ciudadanos. De esto no puedo opinar.
En Roma, una portavoz de AMA –la empresa municipal de recogida de basuras–, confirma que se firmaron contratos en el 2015 con Austria y Alemania, si bien los trenes no han empezado a circular hasta hace unos meses, empezando con Austria. El objetivo es paliar el déficit de incineradoras en Italia y tener flexibilidad para superar periodos de emergencia como el que se vive ahora, provocado por la sucesión de dos puentes festivos.
Sorprende que un país altamente industrializado como Italia, una potencia exportadora, miembro del G-7 y deficitario en energía, tenga que enviar trenes de basura a 1.200 kilómetros, pagar a los austríacos y regalarles energía. Si con ello Roma estuviera impecable, quizás valdría la pena, pero no parece que ese sea, de momento, el resultado.
Roma envía residuos por ferrocarril a Austria y allí producen energía para 170.000 casas La capital italiana vive estos días una nueva emergencia, con toneladas de desechos en la calle