No llores por mí, Catalunya
En su obra Ubú president, Albert Boadella recrea escenas de la vida conyugal de unos Jordi Pujol y Marta Ferrusola que, por imperativo legal, son de ficción. El tono, cruel, juega con lo grotesco y los presenta como una pareja avara, mezquina y ambiciosa. “¡Menos de 100 kilos no son pecado!”, grita Ubú mientras, columpiándose, negocia comisiones y prebendas. Y, al final, el auto-proclamado padre de la patria se diluye en un discurso de autojustificación que culmina cuando al niño de la Moreneta se le cae la bola.
Los documentos convenientemente filtrados que ahora nos llegan nos remiten a una corrupción de kilómetro cero, que incluye la jerga religiosa no como alarde de cinismo sino como contraseña de un oasis de evasión que, durante años, la burguesía justificó con un patriótico “por si acaso”. A partir de ahora nuestro argot se enriquece con la denominación
missal para designar un millón. Y Ferrusola tendrá el honor de haber sido el simulacro de megalomanía peronista que en 1984 salió al balcón del Majestic para escuchar el famoso “Això és una dona!” y, al mismo tiempo, ser linchada madre superiora trending topic. Las crónicas de la época hablan de una mujer
normal, emocionada, que recibe con besos la euforia de sus fieles. Después el personaje gestionó su presencia pública asumiendo un papel de primera dama que tanto podía ser invitada al Àngel
Casas Show como animar la sobremesa televisiva con consejos sobre ficus o saltando en paracaídas. De vez en cuando soltaba barbaridades vagamente xenófobas y mostraba una naturalidad indómita incluso en una comisión parlamentaria o fulminando a los periodistas con un escueto “A la merda!”. De la caricatura de matriarca siciliana a la caligrafía que se aferra a la metáfora católica como coartada, todo acaba confirmando lo que le dijo Jordi Pujol a Albert Om en el programa El convidat: “Aún estoy a tiempo de estropear mi biografía”. Entonces no sabíamos que la frase era más la expresión de un temor inminente que de un presagio plausible.