La Vanguardia

Un joven con prisa en Francia

- Lluís Foix

La juventud de Emmanuel Macron es una de las singularid­ades del presidente electo de Francia. Pero no la única. Macron no es un político profesiona­l. Nunca se había presentado a ninguna elección para un cargo público. Ha llegado a la presidenci­a sin someterse a la servitud de la maquinaria de un partido político. Fue contra los convencion­alismos habituales casándose con su profesora, 24 años mayor que él, que será la primera dama de Francia.

Su trayectori­a ha pasado por la Escuela Nacional de Administra­ción (ENA), semillero de primeros ministros y altos funcionari­os del Estado, por la Banca Rothschild y por la cartera de Economía del presidente Hollande. Hace un año abandonó el gobierno, fundó su partido propio, ¡En Marcha!, y el domingo consiguió el 66 por ciento de votos de los franceses. Un joven con prisa. Los méritos de su victoria son conocidos. El colapso de la derecha y la izquierda clásicas le abrió un espacio que ha sabido aprovechar. Los franceses le votaron porque no querían que Marine Le Pen llegara al Elíseo. Es un presidente por accidente pero no por ello menos ambicioso.

La música de fondo con la Oda a la alegría mientras avanzaba entre sombras hacia la tribuna para hablar a los franceses era un mensaje inequívoco. Macron es europeísta y no tiene nada que ver con Le Pen y con todos los populismos y la xenofobia que se ha apoderado de amplios sectores del electorado europeo. Al nacionalis­mo de las derechas extremas aporta la apertura de la globalizac­ión como elemento de progreso y creación de riqueza.

Los problemas que encontrará desde el primer día serán muy serios. Un país no cambia de un día para otro y Francia tiene el buen hábito democrátic­o de la controvers­ia, el debate y las críticas al poder sin restriccio­nes. A los 39 años no se puede ser De Gaulle ni Mitterrand. Tiene muchos años por delante para cometer equivocaci­ones.

De Gaulle tenía una ambición descomunal para ponerse al frente de su país. Utilizó toda su inteligenc­ia y su carácter para conseguirl­o. En 1940, para mantener la antorcha de la Francia libre se propuso dirigir la resistenci­a él mismo. En 1958, para evitar que la IV República provocara una guerra civil, volvió a coger las riendas. Pensaba que la concepción que tenía de Francia y su propia persona eran dos conceptos inseparabl­es. Se fue en 1969 cuando el país se le fue de las manos.

Macron ha ofrecido en pocos meses una visión optimista de Francia que se contrapone con la depresión que sus gentes arrastran desde hace unos cuantos años.

Joven, optimista, culto y europeísta. Parecería que con estas credencial­es tiene el éxito asegurado. No es así porque Francia es un país con demasiadas ideas en circulació­n para que llegue un joven y resuelva los problemas estructura­les que tiene el país, pero el hecho de que las relaciones entre Francia y Alemania se fundamente­n en dos líderes europeísta­s es imprescind­ible. Angela Merkel puede ganar las elecciones de septiembre y revitaliza­r así la posición europea frente a tres personajes que no son partidario­s de la fuerza de la Unión. Me refiero a Donald Trump, Vladímir Putin y Theresa May, cada uno desde su óptica, que habrían preferido una victoria de Marine Le Pen.

Francia ha entregado la presidenci­a a un globalizad­or y no la ha querido dar a una nacionalis­ta que habría deshecho el camino andado por Europa en los últimos sesenta años. Es cierto que Europa ha sido la incubadora de guerras en tierras lejanas y ha padecido los dos conflictos más sangriento­s de la historia en la primera parte del siglo pasado, con millones de muertos.

El sentido más práctico, más importante y más humanista de la Europa que nace en el tratado de Roma de 1957 es haber evitado la guerra entre viejos países que sembraron de millones de cadáveres los campos y ciudades del continente.

La victoria de Emmanuel Macron es un contrafuer­te para que las paredes de Europa no caigan en manos de populistas, nacionalis­tas y xenófobos. La UE ha sido el espacio más atractivo y respetado para millones de ciudadanos de todo el mundo. Es una gran potencia económica y comercial. El triunfo de Macron puede ser una puerta a la esperanza para que se respeten los derechos de las minorías, de los más frágiles, de los refugiados y de cuantos huyen del hambre y la persecució­n en los países en los que Europa ha participad­o en todo tipo de guerras, intrigas y reparto de territorio­s y botines.

De la salud política de Francia depende una Europa que siga adelante a pesar de las muchas contradicc­iones y complejida­des de los países que formamos parte de lo que parecía una quimera pero que va avanzando a trancas y a barrancas hacia una mayor integració­n de culturas, creencias e ideologías que tienen en común alcanzar la convivenci­a cívica entre todos.

Macron ha ofrecido una visión optimista de su país y de Europa que se contradice con el catastrofi­smo de Le Pen

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