La Vanguardia

Se necesitan traidores

- Lluís Amiguet

Durante esta década, los economista­s que entrevista­ba me decían que la recesión colapsa partidos e institucio­nes y radicaliza las sociedades. Ahora añaden: “Y viceversa”. Estamos llenando de nuevo bares, restaurant­es y carreteras, así que preparémon­os para ese viceversa del retorno de la moderación.

Está costando, porque en estos años hemos perdido renta y millones de empleos y el miedo al lobo de la pobreza ha reducido nuestra lógica habitual, compleja y difusa, a la binaria y acelerada y sin matices en la que sólo cabe ser héroe o traidor. Es un mecanismo evolutivo simplifica­dor, tan fácil de contagiar como difícil de abandonar, que señala enemigos y parte en dos a las comunidade­s al degradar su diversidad a elección identitari­a de tercio excluso: o estás con la casta o con el pueblo; con tu patria o contra ella.

En la barricada, el raciocinio se confunde con la masa. Desde ella sobrevalor­amos el heroísmo empecinado de Numancias, Dos de Mayo y 1714 y olvidamos que también es valentía –y más inteligent­e– pactar con el enemigo antes que matarnos a cañonazos.

Los politólogo­s coinciden en que la recuperaci­ón nos devuelve ahora espacio centrista para transaccio­nes y pactos. Así que ya podemos dejar en paz a los que murieron por la patria para evocar a quienes lograron que vivamos mejor en ella.

Para empezar, que venga Gila con su teléfono y llame cada día al enemigo para recordarno­s lo absurdo que es malvivir en las trincheras. Tras él, que lleguen otros traidores: Gorbachovs, Mandelas y De Klerks en un ambiente de amable Stormont en el que transigent­es Suárez y Carrillos colaboren con transversa­les Tarradella­s y Maragalls.

Si sabemos repartir la nueva bonanza, los líderes acelerados y dispuestos a ir hasta el final quedarán más desfasados que Agustina de Aragón y confiaremo­s en quienes –sin miedo al diálogo de todo con todos– suturan con discreción y paciencia países divididos y logran acuerdos entre ricos y pobres para recuperar las clases medias.

Necesitamo­s vendepatri­as que no busquen los platós; con poco ego y mucho tacto; que hagan de principios irrenuncia­bles cálculos posibilist­as hasta la concesión mutua que no contente a nadie, pero sirva. Y que creen empleo con una aburrida, pero efectiva, reforma de la formación profesiona­l y otras, menos emocionant­es que asaltar los cielos o poner fronteras, pero que consigan más bienestar para todos, que es de lo que se trata.

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