La Vanguardia

Hipocresía a la francesa

- Joana Bonet

Apropósito de Brigitte Trogneux, la esposa de Emmanuel Macron, veinticuat­ro años mayor que él, una sesentona casada con un joven que aún no ha cumplido los cuarenta, partamos de la percepción social respecto a las mujeres maduras. Sobre ellas se posa una mirada invalidant­e, o, todo lo contrario, morbosa. Las unas no se miran ni se ven, hueras de deseo y atributos, mientras que las otras son considerad­as unas viciosas. Brigitte ya ha sido denominada “extraña primera dama” y “la mano que mueve los hilos”, logrando hacer resucitar los espíritus de Mrs. Robinson, Madame Bovary o Alexandra del Lago, e incluso de la histórica Catalina la Grande, la emperatriz que agrandó los dominios de Rusia, la mecenas que escribió poemas, teatro y ópera, pero que sigue siendo célebre por su apetito sexual y sus amantes jóvenes. Personajes complejos, libidinoso­s o insaciable­s que demuestran que el plato de la diferencia de edad entre mujeres y hombres se sirve mal si son ellas las mayores. Madonna, experta en la materia, declaraba a Harper’s

Bazaar: “He tenido amantes que eran tres décadas más jóvenes que yo. Y eso molesta a la gente”. Mantenidos, juguetes eróticos u homosexual­es, sólo así se entienden los amores desacompas­ados en edad.

Pervive el mito de Pigmalión, pero crece el de la voracidad de las cougars, (pumas), término que en su sexualizad­a acepción moderna se originó en los bares de Vancouver para describir a mujeres de más de cuarenta que salían a “cazar cachorros”. “Esta singularid­ad no se destacaría si la diferencia de edad fuese al revés”, declaró en febrero Macron a la periodista Anne Fulda. Es muy revelador de la misoginia persistent­e y explica en parte los rumores (sobre su homosexual­idad). “La gente no puede aceptar algo sincero, único”, declaró el flamante presidente.

Ojos claros, flequillo rubio, piernas torneadas y un aire a lo Mireille Darc le confieren a Madame Macron dinamismo y buena imagen, aunque la opinión pública sigue abundando en esa idea de que hay gato encerrado, como si la edad determinar­a la capacidad de amar e incluso la compatibil­idad entre la pareja. Macron, por su parte, apuesta por la creación de un “estatuto de primera dama” y quiere acabar con los triángulos que han convivido históricam­ente en el Elíseo: desde Valéry la Nuit –así llamaban a Giscard d’Estaing– hasta el bígamo Mitterrand, o Chirac, que nombró ministras a algunas de sus ligues, y el motorista Hollande visitando a su maitresse. Los franceses, tolerantes con lo libertino, han permitido los devaneos de sus líderes, pero en cambio cuestionan la naturalida­d de un amor conyugal sólido y devoto.

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