La Vanguardia

Hasta que el visado nos separe

Más de 16 meses después de una boda por amor en la República Dominicana, una pareja no puede reunirse en Catalunya por las dificultad­es para solventar trabas burocrátic­as

- D. MARCHENA Barcelona

Las duras condicione­s de vida de la República Dominicana hacen del humor un arma de construcci­ón masiva. La familia Barett, que vive de unas pequeñas tierras de cultivo en Samaná, tiene un Mercedes Ven. Ven, no Benz. “Ven”, le dicen al burro Mercedes y el burro se acerca, cargado de cocos, bananas, papayas y maracuyás.

Junto a los Barett, Judit Feliu Giménez descubrió la otra cara del paraíso, lejos de Playa Bávaro o Punta Cana. Eso y el amor. Esta educadora social de Sant Cugat del Vallès acudió por primera vez al país caribeño en el 2014 para colaborar con una oenegé en tareas de alfabetiza­ción y refuerzo escolar. Su guía fue Melvin Barett, de 35 años.

Ella es unos años mayor, aunque nadie lo diría. Cuando regresó, mantuviero­n el contacto por internet. Se acabaron enamorando y hubo más vuelos a la isla. En el tercero, Judit le pidió que viajara a Catalunya para conocer Sant Cugat y, si se afianzaba su relación, casarse. Como era un cambio de vida radical, le propuso que solicitara un visado de tres meses. Él lo tenía todo en regla (el billete de avión de ida y vuelta, la carta de invitación de quien iba a ser su anfitriona, un seguro médico internacio­nal e ingresos fijos como conserje nocturno en un hotel dominicano), pero el consulado español denegó el visado.

Ella, vencidas ya todas las dudas, creyó que agilizaría los trámites si se casaba en la República Dominicana para pedir allí el libro de familia y la reagrupaci­ón familiar. ¿Quién podría dudar de que se casaba por amor? Tiene una casa y un sueldo (de hecho, tiene dos: está pluriemple­ada y por las tardes y noches trabaja como taquillera en el Teatre Auditori de Sant Cugat). En cambio, Melvin gana unos 160 euros al mes y vive con sus padres, en Santa Bárbara de Samaná, en una casita de madera donde otra oenegé hizo una pintada con una pregunta retórica: “¿Por qué somos tan pobres?”. Si Judit pasara agobios económicos y Melvin no, la Administra­ción quizá podría sospechar que a ella le mueve el interés y no el amor, como en la película

Matrimonio de convenienc­ia ,de Gérard Depardieu y Andie MacDowell. Pero sucede todo lo contrario.

Cuarto viaje y nueva decepción. Se casaron en un juzgado el 18 de enero del 2016. Al día siguiente fueron al consulado para inscribir su matrimonio e iniciar los trámites. Por surrealist­a que parezca, les dieron cita para el 19 de enero del 2017, justo un año después. Desde la boda han transcurri­do 16 meses y Melvin sigue sin visado. Su esposa acaba de regresar de su quinto –y por ahora último– viaje transoceán­ico. Cada día telefonea al Ministerio de Justicia. “El expediente 0017864/2016 se está tramitando”, le dicen siempre.

Está tan desesperad­a que ha enviado cartas a los periódicos explicando su caso y preguntánd­ose si la razón de tantas “negativas y humillacio­nes” no estará en aquella pintada: “¿Por qué somos tan pobres?”. La República Dominicana, afirma, es un país maravillos­o, pero... Una vez, fuera de las reservas turísticas, oyó unas detonacion­es y pensó que eran petardos. “No, es una balacera”, le explicaron.

Muchos enamoramie­ntos son una carrera de obstáculos. Pero

un simple escalón se transforma en un Everest cuando el amor tiene que salvar además grandes distancias y un océano burocrátic­o. Para demostrar que sus sentimient­os son de verdad, Melvin y Judit han tenido que responder a muchas cuestiones íntimas en España y en la República Dominicana. Siempre ante extraños y a veces en oficinas donde muchas personas ajenas a sus problemas podían oírles. Dónde se conocieron, qué se han regalado, qué les gusta... En uno de estos interrogat­orios, que tan bien se reflejan en Matrimonio de convenienc­ia,

Judit se quedó de repente en blanco y un sudor frío le recorrió la espalda: no recordaba el nombre oficial de su suegra, que figura en la cédula de identidad como Colasa, aunque todo el mundo la llama Justina. “Ahora pensarán que todo es una impostura”, pensó, aunque por fortuna logró desbloquea­rse a tiempo. Lo que nunca le ha preguntado ningún funcionari­o es en qué momento exacto supo que Melvin Barett era el hombre de su vida y el futuro padre de sus hijos. “Fue en el tercer viaje, cuando nos despedimos en el aeropuerto. Al dejarlo atrás, sentí un desgarro, como si me golpearan aquí”, dice y se señala el corazón.

Al día siguiente de la boda fueron a por los papeles al consulado, pero allí les dieron cita para un año más tarde

 ?? JUDIT FELIU ?? Melvin Barett y su esposa, Judit Feliu, en una foto tomada en una playa dominicana poco después de su boda en un juzgado
JUDIT FELIU Melvin Barett y su esposa, Judit Feliu, en una foto tomada en una playa dominicana poco después de su boda en un juzgado

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