La felicidad de los vampiros
Jordi Casanovas ambienta en la transición la ‘Dansa de mort’ de Strindberg en la Muntaner
Dos vampiros dispuestos a alimentarse. De una víctima a la que primero, como buenos vampiros, deben seducir para que ella misma les pida ser mordida. Es la visión que Jordi Casanovas tiene de la tóxica, torturada y exhibicionista pareja que protagoniza Dansa de mort, una obra de 1900 del sueco August Strindberg sobre un destructivo matrimonio que para algunos es la precursora de ¿Quién tiene miedo a Virginia Woolf? Este viernes Casanovas (Vilafranca del Penedès, 1978) estrena Dansa de mort en la Sala Muntaner con Mercè Arànega y Lluís Soler como la pareja protagonista. Y Carles Martínez como la víctima. Y con cambios significativos: ha decidido ambientar el montaje, aprovechando los paralelismos históricos, en la transición española, en 1981, ya aprobada la ley del divorcio... que ya existía en la Suecia de la obra.
Casanovas, un autor y director teatral prolífico y de éxito, responsable de piezas como Ruz-Bárcenas o Vilafranca iba sólo a realizar la adaptación del clásico, que iba a dirigir Sílvia Munt. Cuando Munt cayó del cartel, lo asumió él, que explica que la obra tiene “un punto de comedia negra, de thriller, de suspense, y que se puede montar al estilo bergmaniano, escandinavo, frío, o a lo Hitchcock, más eléctrico. Hemos ido en esa dirección”. Y aunque han apostado por un tono realista y cercano, destaca, “la función nos hace pasar por emociones no racionales sino estomacales”.
La pareja protagonista, explica, la integra “un militar al que nunca han ascendido, muy enfadado con el contexto social de su época. Un hombre que está contra los cambios políticos, que no cree en lo que ha de venir, y que es un déspota, todo lo que dice se ha de hacer. Y que acaba de descubrir que está enfermo y le queda poco”. “A su lado tiene a una mujer que había sido actriz y dejó el trabajo por un matrimonio lleno de proyectos y viajes, muy afortunado, y que ha sido todo lo contrario: han acabado enclaustrados en un cuartel en una isla donde él está enemistado con todo el mundo y han debido enviar los hijos a la ciudad, si es que de verdad existen, para que no se intoxicaran de la rabia que se tienen entre ellos, de su amor-odio. Porque no pueden vivir uno sin otro ni tampoco juntos, no se soportan”.
Y con ese punto de partida llega un primo y “ellos despliegan un juego macabro, una danza de muerte, luchando uno contra otro, declarándose la guerra, más aún cuando tienen un espectador”. “Siempre me he preguntado –reflexiona el director– por qué hay parejas que en público parece que se odien y en casa no es para tanto, tienen algo de puesta en escena, necesitan robar atención de los otros para vivir un poco más contentos y activos”.
Porque Casanovas explica que Strindberg iba a titular la pieza Vampiros y que el matrimonio –que se pregunta si en verdad hay alguien feliz y si es la actitud o el destino lo que lleva a la felicidad– mantiene una relación vampírica con su visitante, al que “chupan la energía para vivir con más pasión de nuevo. La figura vampírica me interesa mucho, esa necesidad de afirmarse uno eliminando al otro”. Además, añade, “como no atacan sino son invitados a hacerlo, para conseguirlo la pareja desarrolla un juego muy intrigante”. Aunque lo que más le interesa de ellos, concluye, es “la necesidad de ser tóxico, hater. Esta pareja se va calentando anímica y sexualmente gracias a torturar psicológicamente a un tercero. A algunos les da energía destruir a otros. Y viéndoles hacerlo, nos preguntaremos todos hasta qué punto a veces lo hacemos”.
Mercè Arànega y Lluís Soler dan vida a un matrimonio torturado al que le da energía destruir a los demás