Un maratón en un laboratorio
Me desconciertan las voces que dicen que en el circuito de Monza, el otro sábado, sólo hubo un experimento. Cierto: el proyecto Breaking2 (Sub 2h en maratón) fue un experimento.
Eliud Kipchoge (marcó unos increíbles 2h00m25s), Zersenay Tadesse y Lelisa Desisa corrieron en un circuito cerrado, medido al milímetro: eran 42.195 metros. Una distancia exacta: imposible descontarse. Persiguieron un coche conducido por un piloto de F-1 y a las decenas de liebres que iban entrando y saliendo del recorrido. Siguieron un ritmo establecido paso a paso. Arrancaron de madrugada y acabaron a primera hora de la mañana. La temperatura ambiente era de unos diez grados centígrados, ideal. Ni una brizna de viento. Los fenómenos llevaban unas zapatillas personalizadas, con unos niveles de amortiguación y propulsión que, según los científicos, facilitaban una mejoría del 4% en el consumo energético. Tuvieron las mejores condiciones del mundo: aquel era un experimento de laboratorio al aire libre.
Y en ese laboratorio se corrió un maratón. En el sentido literal.
Quienes discrepan recurren al inmovilismo. Ven sombras, acaso demasiadas. Interpretan que las zapatillas, el rebufo del coche y las liebres llevaron en volandas a Kipchoge. Que las ayudas fueron más allá de lo permisible. Olvidan que era Kipchoge quien movía sus piernas. Que las liebres no llevaban cuerdas para tirar de él.
Desacreditan el ejercicio de Kipchoge, Tadesse y Desisa, su esfuerzo de seis meses por prepararse para Breaking2. El nivel de sufrimiento que implica el hecho de llevar el organismo
Nos conviene aparcar el inmovilismo; la ciencia está a nuestro servicio: no hay por qué ir descalzos como Bikila
al límite durante dos horas de esfuerzo máximo. Obvian un hecho. No brillaron todos. Solo lo hizo uno, el mejor de ellos. Kipchoge. El resto se perdió por el camino.
Y sobre todo, desacreditan los valores de la ciencia, los avances que nos permiten vivir mejor. Neil Armstrong debería haber alcanzado la Luna en una avioneta. Cristóbal Colón debería haber cruzado el charco en una barquilla a remos. Añoramos las raquetas y los esquíes de madera. Deberíamos seguir corriendo descalzos, como Abebe Bikila. Deberían anularse todos los récords en tartán: los antiguos corrían sobre pistas de ceniza. ¿Por qué llevamos a los niños en coche? ¿No deberían ir al colegio a pie, como nuestros bisabuelos...?
PD: Lo mejor de esta historia es que el debate se abre a otros ámbitos. Vamos más allá del contrato de Neymar, las salidas de tono de Piqué y los quejíos de Cristiano Ronaldo. El hombre se asoma a sus límites. Hay partido.