La Vanguardia

¿Gratuidad o deber social?

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor de la UPF y socio director de DS

He afirmado en varias ocasiones que nuestro actual modelo fiscal está ya agotado y obsoleto. Permítanme insistir. La estructura de nuestro sistema tributario se mantiene conceptual­mente igual que en 1978. Sin embargo, las diferencia­s entre entonces y hoy, casi 40 años después, son abismales. Mientras la cultura social predominan­te en aquel entonces era la de financiar a través de los impuestos un Estado social cuyos pilares se sustentaba­n en el compromiso y la solidarida­d de todos, la cultura social hoy dominante es la del Estado protector que debe subvencion­ar gratis los cada vez mayores derechos que la ciudadanía reclama. En consecuenc­ia, la espiral del gasto público no tiene fin. La mano del Estado se abre cada vez más con servicios que alguien ha de financiar. Y claro, como el nivel de nuestra clase política nada tiene que ver con el de aquel entonces, del esfuerzo pedagógico del conocido lema de Hacienda somos todos, hemos pasado a una era en la que lo importante es recaudar sin que los contribuye­ntes se enteren. Es pues necesario cambiar la tendencia y responsabi­lizar a los ciudadanos de su compromiso social e, igual que ocurre con multitud de servicios públicos (las guarderías, el transporte público, la dispensaci­ón de medicament­os y un largo etcétera que poco a poco se va ampliando), cofinancia­r los servicios públicos con impuestos y precios públicos en función del nivel de renta. Sí; me estoy refiriendo, entre otros, a la sanidad y a la educación. La razón es muy sencilla: nada es gratuito. Y no hay nada mejor para valorar los servicios y racionaliz­ar su uso que pagar por ellos.

Pero, además, son también necesarios otros cambios importante­s, de los cuales me voy a detener en dos. El IRPF ha dejado de ser aquel impuesto que grava con carácter general la renta de los contribuye­ntes con independen­cia de cuál sea su origen. La lícita fuga de determinad­as rentas hacia el Impuesto sobre Sociedades (IS) ha convertido al IRPF en un verdadero impuesto sobre el trabajo. Es por tanto necesario introducir progresivi­dad en el IS y reducir la diferencia de tipos entre ambos impuestos disminuyen­do la presión fiscal sobre el trabajo, motor esencial para la creación de riqueza. Pero además, es necesario impulsar un cambio comunitari­o en el diseño de los tipos de IVA agrupando los bienes y las prestacion­es de servicios en grupos homogéneos de mayor a menor “necesidad básica”. A bienes de primera necesidad, menor tipo a aplicar. Esto, que en parte ya ocurre, no responde sin embargo a la actual filosofía que hoy subyace en la aplicación de los tres tipos de IVA.

Se trata, pues, de hacer el sistema más redistribu­tivo aligerando la presión fiscal sobre el trabajo, reduciendo la inequidad en el tratamient­o de las diferentes rentas y cofinancia­ndo los servicios públicos en función del nivel de renta. Pero para ello, necesitamo­s políticos valientes. Este es el problema. ¿O no?

Hay que cofinancia­r la sanidad y la educación con impuestos y precios en función del nivel de renta

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