La Vanguardia

Los últimos de los últimos

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Sin duda que muchos, muchísimos, valoran la labor de la Iglesia en nuestra sociedad porque, a poco que se la mire libre de prejuicios, descubrirá­n una labor humanizado­ra y de respeto y rescate de la dignidad de la persona, acorde, justamente, con esa misma dignidad que nada ni nadie nos puede arrebatar.

Ni siquiera en el más alejado arcén, en la más remota vera del camino, en el mayor de los hundimient­os y olvidos, la persona pierde su grandeza. Ni siquiera cuando las drogodepen­dencias hacen perder no solo el sentido, sino también el propio nombre; ni en el frío olvidado de los sin hogar; ni en la instrument­alización más profunda de la mujer en la prostituci­ón y la trata de blancas; ni siquiera entonces la persona deja de ser lo que es.

Y es ahí, en ese aparente olvido y pérdida donde la Iglesia –también otros- aparece de manera desinteres­ada contribuye­ndo a una sociedad mejor. Y si hablamos leyendo esta publicació­n desde un cómodo sillón, deberíamos levantarno­s y acercarnos a cualquiera de esas realidades para descubrir, al margen de ideas preconcebi­das o juicios previos, cuál es el beneficio que la Iglesia y su labor suponen para nuestra sociedad con inmigrante­s, refugiados, mujeres, sin hogar, drogodepen­dientes, enfermos mentales, ancianos y un largo y extenso etcétera como diversas son las situacione­s humanas de dolor, sufrimient­o o pérdida. Esos son los casos extremos, los últimos de los últimos, pero también en lo cotidiano de cualquier enfermedad, de un anciano solo y solitario, de niños, adolescent­es y jóvenes acompañado­s en su formación, de matrimonio­s con dificultad­es para llevar adelante su relación… Allí también está presente la Iglesia.

«Por sus obras los conoceréis» y sin miedo mostramos año tras año lo que desde la fe realizan hombres y mujeres convencido­s de que el amor de Dios da sentido a toda vida. Hay mucha gente que no cree en Dios o está alejada de la Iglesia y que, sin embargo, confía en ella porque reconoce una labor, a pesar de las debilidade­s de todos, admirable.

Otros, que no nos escondemos, y que participam­os en esa labor, la hacemos por algo que consideram­os más allá de la solidarida­d humana: la caridad fraterna. Si todos somos hijos de Dios, somos hermanos entre nosotros. ¿Y cómo olvidar a un hermano? La razón de la labor de la Iglesia es que Dios es nuestro Padre, nos ama a todos y se nota porque nos amamos unos a otros. Por eso, Xtantos es una llamada a todos a contribuir en el desarrollo y crecimient­o de una sociedad mejor colaborand­o con la Iglesia.

Desde estas páginas animamos a dos cosas: poner un poco de nuestra parte para reconocer o descubrir el beneficio que supone para todos la presencia de la Iglesia en la sociedad. También colaborar marcando la casilla de la Iglesia en la Declaració­n de la Renta, la de Fines Sociales, o las dos al mismo tiempo. Así, juntos, contribuim­os a una sociedad mejor Xtantos.

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