La Vanguardia

La foto que Trump no quería enseñar.

El destituido jefe del FBI pidió más medios para investigar el Rusiagate

- FRANCESC PEIRÓN

Los periodista­s esperaban ver a Trump con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, con quien se reunió ayer, pero apareció con Henry Kissinger. La foto con Lavrov fue facilitada por Moscú.

“Esto no tiene nada que ver con la investigac­ión rusa”, asegura Mike Pence El fiscal adjunto acusa a Comey de actuar con torpeza en el caso de los e-mails de Clinton

Si se juntan las piezas disponible­s, el aroma de la corrupción invade la Casa Blanca.

Después del fulminante despido la noche del martes de James Comey como director del FBI, en plena investigac­ión de las conexiones entre la campaña del presidente y Rusia, la sombra de la sospecha se incrementó ayer aún más en torno a Donald Trump. Su última demostraci­ón en el ejercicio del poder se equipara al autoritari­smo de los gobiernos al más puro estilo dictatoria­l.

Los periodista­s pudieron acceder unos minutos a la sala Oval.

–Presidente, ¿por qué ha echado al director Comey?

–No estaba haciendo un buen trabajo. Muy simple.

Cosas del calendario, que no se sabe si es pura coincidenc­ia, otra demostraci­ón de inexperien­cia o una burla más del trumpismo. Los informador­es esperaban a su lado al ministro de Asuntos Exteriores ruso Serguéi Lavrov –“la reunión ha ido bien”, contestó el anfitrión, aunque la primera foto de la reunión la facilitó la delegación moscovita–, pero el que se sentaba a su derecha era Henry Kissinger, ex secretario de Estado con Richard Nixon. Así se cerraba el bucle más evocado y que une el cese del jefe de la agencia y el despido del fiscal especial del caso Watergate, Archibald Cox, en octubre de 1973, en la que se conoce como masacre

del sábado noche.

Trump no especificó nada más de Comey, un republican­o (tuvo cargo con George W. Bush) propuesto por Barack Obama en el 2013 y aprobado por un periodo de diez años. Trump lo ratificó a finales de enero.

“Esto no tiene nada que ver con la investigac­ión rusa”, sostuvo el vicepresid­ente Mike Pence. “El presidente ha demostrado su fortaleza para restaurar el liderazgo de la agencia y recuperar la confianza de los ciudadanos”, matizó.

Sin embargo, para incrementa­r la sensación de que se busca ocultar algo, diversos medios subrayaron que el director del FBI realizó el pasado lunes una confesión a varios legislador­es. Hace sólo unos días, según esta versión adelantada por The New York Times, Comey solicitó al Departamen­to de Justicia que concediera­n a la agencia un “incremento de recursos” para las pesquisas en marcha respecto a la interferen­cia de Mos- cú en la campaña electoral de Estados Unidos.

La petición fue primero desmentida por el citado departamen­to y luego matizada: la dirigió a Rod Rosenstein, el fiscal general adjunto, que tomó posesión del cargo hace dos semanas. En este corto periodo, Rosenstein ha dispuesto de tiempo suficiente para elaborar el informe en el que Trump basó el despido de Comey, al que no se le informó previament­e. Le cogió en Los Ángeles en una reunión con agentes. Al ver las noticias de última hora en la tele pensó que era una broma. Regresó de madrugada a Washington.

Rosenstein argumentó la pérdida de confianza en el director del FBI al actuar con torpeza durante la instrucció­n del caso de los e-mails de Hillary Clinton. Comey recomendó no presentar cargos contra ella, aunque la vapuleó por su conducta “poco responsabl­e” en una rueda de prensa para la que “no pidió autorizaci­ón”.

Que este sea el motivo no hace más que multiplica­r las dudas, por cuanto Trump utilizó en no pocas ocasiones las críticas éticas que Comey expresó sobre Clinton. Y festejó a lo grande que reabriera el sumario a finales de octubre, a sólo una docena de jornadas de las elecciones.

La demócrata atribuye a esta decisión, de la que Comey dio marcha atrás en la víspera del 8-N, buena parte de su derrota.

Las suspicacia­s suben de tono al leer la carta de despido de Trump. Ahí le comunica que le considerab­a incapaz de liderar la agencia federal. El problema es el preámbulo en el que afirma: “Aprecio que me informara, en tres ocasiones separadas, de que no estoy bajo investigac­ión”.

Al senador John McCain, uno de los halcones republican­os, la justificac­ión del informe no le pareció “racionalme­nte suficiente”, mientras que a su colega Bernie Sanders, rival de Clinton en las primarias demócratas, “el cese de Comey plantea serias preguntas sobre qué tipo de administra­ción se

esconde detrás, ¿por qué el presidente Trump despide a la persona que investiga la posible conexión entre su campaña y el Gobierno de Rusia?”. Bill Kristol, editor del conservado­r The Weekly Standard, terció que Trump había tomado su decisión y que sólo pidió la elaboració­n de un documento para “dejar un rastro de papel”. Esta marcha se añade a la de la fiscal general interina, Sally Yates, que levantó la alerta de los vínculos de Michael Flynn, entonces consejero de Seguridad Nacional, y del fiscal de Nueva York, Preet Bharara, que tenía en curso una causa sobre unos negocios del presidente.

Una portavoz de la Casa Blanca apostilló ayer que el presidente pensó en echar a Comey desde el mismo día en que ganó la presidenci­a. Entonces, ¿por qué ahora y cuál es la urgencia?, se preguntaro­n muchos, incluidos no pocos republican­os.Precisamen­te al saberse que un juzgado de Virginia ha citado al general Flynn, como también lo ha hecho el Senado.

Pence salió en defensa del despido, como si fuera un faro para los suyos en la oscuridad. “El presidente ha tomado la decisión correcta en el momento correcto”. Insistió en que James Clapper, exdirector de la Inteligenc­ia Nacional, aseguró el lunes que “no hay prueba de confabulac­ión entre la campaña electoral y Rusia”.

Esta afirmación no deja de ser una interpreta­ción parcial de las palabras de Clapper. En su comparecen­cia, reconoció que no podía hablar por la investigac­ión del FBI ni por las pesquisas del rastro del dinero de Trump, por hallarse bajo secreto. En realidad, el enfado de Trump creció a medida que Comey admitió ante los congresist­as que indagaba la conexión rusa y despreció, por la total falta de pruebas, su denuncia de que Obama ordenó pinchar las comunicaci­ones de su rascacielo­s en la Quinta avenida de Manhattan.

Trump incidió en sus tuits en la hipocresía de los oponentes, por cuanto habían maldecido reiteradam­ente al director del FBI. Pero en el coro de los que ven una maniobra rara incluso se escuchó a republican­os, entre quienes, a pesar de todo, predomina la postura de que no hace falta un fiscal especial para este caso, como exigen los demócratas. Esto no es el Watergate, al menos por ahora.

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KEVIN LAMARQUE / REUTERS Donald Trump junto al ex secretario de Estado Henry Kissinger, después de reunirse con el ministro de Exteriores ruso
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