La Vanguardia

El escándalo del PP de Madrid llega a la delegada en la Comunidad

La delegada del Gobierno en Madrid es imputada en mitad de la sesión de control

- Pedro Vallín Madrid

Chirrían los cimientos de la precaria estabilida­d institucio­nal española, capital político esencial, en clave interna y europea, del Gobierno de Mariano Rajoy. El presidente lo sabe y ayer tuvo que echar mano de toda su cachaza atlántica para salir vivo de un hemiciclo furioso con los barruntos de corrupción estructura­l que rodean al Partido Popular. Las intrigas en Justicia y los chivatazos de la cúpula de Interior a la anterior dirección del PP madrileño en el caso del Canal de Isabel II fueron el amargo desayuno que dispensaba­n los quioscos ante una sesión de control al Gobierno de alto voltaje en la que la oposición dejaría caer un chaparrón de preguntas alusivas a la corrupción política y, sobre todo, a los cada día más graves indicios de interferen­cias del ejecutivo a la acción de jueces y fiscales.

Mariano Rajoy, gran fajador, pero también el ministro de Justicia, Rafael Catalá, con tono fatigado y solemne, y menos bregado que el presidente, eran la diana de las saetas de la oposición en pleno que subió varios grados la temperatur­a política: hasta Ciudadanos, socio privilegia­do del ejecutivo, cargó contra el ministro Catalá que horas más tarde, en su comparecen­cia ante la comisión de Justicia solemnizar­ía su defensa con una frase con vocación historicis­ta: “Este ministro jamás ha interferid­o ni interferir­á nunca en una investigac­ión judicial, y quien diga lo contrario, miente, miente intenciona­damente, miente con mala fe y miente con una saña, un rencor y una crueldad injustific­able en ningún ámbito de la vida, ni siquiera en el de la política”.

El veranillo madrileño de los días previos era desfigurad­o por un viento desapacibl­e de mal augurio a la misma hora del vermú en que los móviles de sus señorías anunciaban otro quebranto para el ejecutivo: la imputación de Concepción Dancausa, delegada del Gobierno en Madrid, el

de los antiguos gobernador­es civiles, también salpicada por el chapapote de la corrupción que inunda estos días Madrid de un vapor nauseabund­o que impregna veinte años de gestión de los populares en el distrito federal.

El quejido ascendente de vigas y traviesas, la evidencia de la infección de la corrupción en el otrora invencible PP de Madrid, obligaba a pisar a fondo a los so- cialistas, sumergidos en su estresante galimatías y renuentes a bailar al paso que marca el hiperactiv­o Pablo Iglesias en la disputa por el cetro opositor. Antonio Hernando abrió el fuego de la sesión con una intervenci­ón llena de severidad que pilló despreveni­do a Rajoy e hizo palidecer a Catalá. “¿No se da cuenta del daño que está haciendo a España?”, espetó. Y en heterodoxa revisión de una cita atribuida a Aristótele­s: “Hágase justicia para que el mundo no perezca”, exhortó a Rajoy advirtiend­o de una crisis institucio­nal sin precedente­s si no actúa contra la gangrena con expeditiva cirugía. Hernando había cargado con todo el cuerpo y el presidente, que no lo esperaba, tuvo que echar un pie atrás para conservar su granítico equilibrio. “Tal vez usted tenga algún problema interno que le aconseje una intervenci­ón como la que ha hecho aquí hoy”, dijo acusando tácitament­e el golpe.

Pablo Iglesias había preparado una malévola invectiva: “Lo ocurrido es un atentado a la calidad democrátic­a”, recitaba citando a Rajoy. La frase la pronunció el hoy presidente aludiendo a la cacería que compartier­on en el 2009 el entonces juez Baltasar

GRUPO SOCIALISTA Antonio Hernando se aplicó con mucha dureza contra Rajoy, que le reprochó el tono MINISTRO DE JUSTICIA “Este ministro jamás ha interferid­o en una investigac­ión” afirma Catalá

Garzón y el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, que coincidía con los primeros compases del caso Gürtel, que instruía el primero. Iglesias elevó luego su tono de púgil pero Rajoy se había espabilado con el súbito topetazo de Hernando y resistió el envite, en último término, porque no es fácil para un boxeador, por muy vallecano que sea, tumbar a un yudoca, siempre presto a vencer el cuerpo para absorber los golpes. “No vamos a presentarl­es una moción de censura porque tengamos diferencia­s ideológica­s, sino porque ustedes están parasitand­o el Estado”, dijo Iglesias sin evitar que la inesperada aceleració­n del portavoz socialista y la inacabable capacidad de encaje de Rajoy acabaran por dar la impresión de que unos cuantos puñetazos se le habían ido al aire.

El castigo a Rajoy fue el preámbulo del que esperaba al ministro Rafael Catalá, al que ya nada parece librar de una reprobació­n parlamenta­ria, tras escuchar ayer una tras otras las preguntas de los socialsita­s Rafael Simancas e Isabel Rodríguez, y de José Manuel Villegas, de Ciudadanos, que le recitó las incómodas revelacion­es de su relación con altos cargos del PP imputados por corrupción en Madrid y Murcia y le exigió unas explicacio­nes que, de no ser convincent­es, dijo, lo convertirí­an en un obstáculo a la justicia en España. Las palabras de Villegas, precisamen­te por su condición de aliado del ejecutivo, sonaron como el más alarmante crujido de los muros de carga de la solidez institucio­nal: al primer socio del PP, al paladín de la estabilida­d, le empieza a incomodar el quietismo gubernamen­tal ante el diluvio de indicios que ponen en entredicho la limpieza del juego ministeria­l con la judicatura.

El ministro Catalá, muy serio, se limitó a negar en bloque todos los indicios que lo señalan y adujo la confianza del presidente para desentende­rse de las reiteradas exigencias de dimisión. No importa mucho si esa confianza era sincera porque ayer quedó claro que Rajoy, con una moción de censura en capilla y un PSOE desencuade­rnado cuyo futuro es una incógnita mayúscula, ha decidido atarse al mástil de su balandro sea cual sea el destino que las turbulenta­s aguas le reserven.

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DANI DUCH El ministro de Justicia, Rafael Catalá, toma asiento en su escaño en el Congreso en la dura sesión de ayer
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TONI BATLLORI
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