El escándalo del PP de Madrid llega a la delegada en la Comunidad
La delegada del Gobierno en Madrid es imputada en mitad de la sesión de control
Chirrían los cimientos de la precaria estabilidad institucional española, capital político esencial, en clave interna y europea, del Gobierno de Mariano Rajoy. El presidente lo sabe y ayer tuvo que echar mano de toda su cachaza atlántica para salir vivo de un hemiciclo furioso con los barruntos de corrupción estructural que rodean al Partido Popular. Las intrigas en Justicia y los chivatazos de la cúpula de Interior a la anterior dirección del PP madrileño en el caso del Canal de Isabel II fueron el amargo desayuno que dispensaban los quioscos ante una sesión de control al Gobierno de alto voltaje en la que la oposición dejaría caer un chaparrón de preguntas alusivas a la corrupción política y, sobre todo, a los cada día más graves indicios de interferencias del ejecutivo a la acción de jueces y fiscales.
Mariano Rajoy, gran fajador, pero también el ministro de Justicia, Rafael Catalá, con tono fatigado y solemne, y menos bregado que el presidente, eran la diana de las saetas de la oposición en pleno que subió varios grados la temperatura política: hasta Ciudadanos, socio privilegiado del ejecutivo, cargó contra el ministro Catalá que horas más tarde, en su comparecencia ante la comisión de Justicia solemnizaría su defensa con una frase con vocación historicista: “Este ministro jamás ha interferido ni interferirá nunca en una investigación judicial, y quien diga lo contrario, miente, miente intencionadamente, miente con mala fe y miente con una saña, un rencor y una crueldad injustificable en ningún ámbito de la vida, ni siquiera en el de la política”.
El veranillo madrileño de los días previos era desfigurado por un viento desapacible de mal augurio a la misma hora del vermú en que los móviles de sus señorías anunciaban otro quebranto para el ejecutivo: la imputación de Concepción Dancausa, delegada del Gobierno en Madrid, el
de los antiguos gobernadores civiles, también salpicada por el chapapote de la corrupción que inunda estos días Madrid de un vapor nauseabundo que impregna veinte años de gestión de los populares en el distrito federal.
El quejido ascendente de vigas y traviesas, la evidencia de la infección de la corrupción en el otrora invencible PP de Madrid, obligaba a pisar a fondo a los so- cialistas, sumergidos en su estresante galimatías y renuentes a bailar al paso que marca el hiperactivo Pablo Iglesias en la disputa por el cetro opositor. Antonio Hernando abrió el fuego de la sesión con una intervención llena de severidad que pilló desprevenido a Rajoy e hizo palidecer a Catalá. “¿No se da cuenta del daño que está haciendo a España?”, espetó. Y en heterodoxa revisión de una cita atribuida a Aristóteles: “Hágase justicia para que el mundo no perezca”, exhortó a Rajoy advirtiendo de una crisis institucional sin precedentes si no actúa contra la gangrena con expeditiva cirugía. Hernando había cargado con todo el cuerpo y el presidente, que no lo esperaba, tuvo que echar un pie atrás para conservar su granítico equilibrio. “Tal vez usted tenga algún problema interno que le aconseje una intervención como la que ha hecho aquí hoy”, dijo acusando tácitamente el golpe.
Pablo Iglesias había preparado una malévola invectiva: “Lo ocurrido es un atentado a la calidad democrática”, recitaba citando a Rajoy. La frase la pronunció el hoy presidente aludiendo a la cacería que compartieron en el 2009 el entonces juez Baltasar
GRUPO SOCIALISTA Antonio Hernando se aplicó con mucha dureza contra Rajoy, que le reprochó el tono MINISTRO DE JUSTICIA “Este ministro jamás ha interferido en una investigación” afirma Catalá
Garzón y el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, que coincidía con los primeros compases del caso Gürtel, que instruía el primero. Iglesias elevó luego su tono de púgil pero Rajoy se había espabilado con el súbito topetazo de Hernando y resistió el envite, en último término, porque no es fácil para un boxeador, por muy vallecano que sea, tumbar a un yudoca, siempre presto a vencer el cuerpo para absorber los golpes. “No vamos a presentarles una moción de censura porque tengamos diferencias ideológicas, sino porque ustedes están parasitando el Estado”, dijo Iglesias sin evitar que la inesperada aceleración del portavoz socialista y la inacabable capacidad de encaje de Rajoy acabaran por dar la impresión de que unos cuantos puñetazos se le habían ido al aire.
El castigo a Rajoy fue el preámbulo del que esperaba al ministro Rafael Catalá, al que ya nada parece librar de una reprobación parlamentaria, tras escuchar ayer una tras otras las preguntas de los socialsitas Rafael Simancas e Isabel Rodríguez, y de José Manuel Villegas, de Ciudadanos, que le recitó las incómodas revelaciones de su relación con altos cargos del PP imputados por corrupción en Madrid y Murcia y le exigió unas explicaciones que, de no ser convincentes, dijo, lo convertirían en un obstáculo a la justicia en España. Las palabras de Villegas, precisamente por su condición de aliado del ejecutivo, sonaron como el más alarmante crujido de los muros de carga de la solidez institucional: al primer socio del PP, al paladín de la estabilidad, le empieza a incomodar el quietismo gubernamental ante el diluvio de indicios que ponen en entredicho la limpieza del juego ministerial con la judicatura.
El ministro Catalá, muy serio, se limitó a negar en bloque todos los indicios que lo señalan y adujo la confianza del presidente para desentenderse de las reiteradas exigencias de dimisión. No importa mucho si esa confianza era sincera porque ayer quedó claro que Rajoy, con una moción de censura en capilla y un PSOE desencuadernado cuyo futuro es una incógnita mayúscula, ha decidido atarse al mástil de su balandro sea cual sea el destino que las turbulentas aguas le reserven.