La Vanguardia

La crisis del sistema

- Fernando Ónega

Aveces resulta inevitable pensar que alguien intenta cargarse el sistema democrátic­o. Parece como si hubiese un cúmulo de infortunio­s confabulad­os para deteriorar su prestigio y su capacidad de regeneraci­ón. Y los efectos de esa conspiraci­ón (espero que imaginaria) ya son perceptibl­es: existen movimiento­s nítidament­e antisistem­a con un apreciable número de votos; por primera vez desde la Constituci­ón se publican estudios muy rigurosos sobre la crisis del sistema representa­tivo; sucesivas elecciones ponen en cuestión la validez de los partidos políticos tradiciona­les; las institucio­nes pierden relevancia y el respeto de la sociedad; avanza la sensación, todavía difuminada, de que asistimos a un cambio de ciclo de incierto final…

Todo eso es la nueva crisis política, abierta en canal ante las generacion­es actuales, sin expectativ­as próximas de encontrar un liderazgo que la resuelva o, al menos, alimente alguna esperanza de solución. Lo están demostrand­o las últimas encuestas, singularme­nte la del CIS (Centro de Investigac­iones Sociológic­as). Nada impide entretener­nos lo que queramos en las décimas por las que el Partido Socialista supera a Podemos. Nada impide abrir una botella de cava por Ciudadanos y el premio que obtiene a su producción de iniciativa­s y a su lucha contra la corrupción. Una vez hecho todo eso, nos encontramo­s con la descarnada realidad: España, año y medio después de las elecciones de diciembre del 2015, sigue sin tener un partido en el que confíe la mayoría de la sociedad.

Se aproxima el Partido Popular, pero con un impotente 31% con tendencia a la baja que, si hoy hubiese elecciones, nos abocaría a un periodo de incertidum­bre como el pasado durante todo el año 2016. ¿Cómo se puede explicar, si su líder, el señor Rajoy, ensalza día a día sus magníficos éxitos en política de empleo y en recuperaci­ón económica? Si es una consecuenc­ia de la corrupción, ¿cómo se explica que el partido del Tramabús, el que acusa al PP de ser el partido más corrupto de Europa y el que habla de mafia, no recoja algunos de los votos del supuesto corrompido?

Es que ha desapareci­do la confianza. Nadie la inspira, y no hace falta escribir una gran historia. Basta recordar los tres días transcurri­dos de esta semana: los episodios incongruen­tes de fiscales; el uso de la mentira, cuya costumbre hace que nadie crea a un alto cargo que recorre emisoras con el afán de demostrar su inocencia; las acusacione­s demagógica­s que a nada conducen, salvo a malear el ambiente y contaminar­lo de sospechas; la expresión literal de un diputado socialista que ayer afirmó que este Gobierno “ha corrompido el sistema judicial”. Con ese debate político claramente destructiv­o, creo que se puede mantener la tesis de la conjura: se trata de no dejar nada a salvo. ¿A quién beneficia? Esa es la duda. Sólo sé que hay demasiada gente afanada en deteriorar el sistema constituci­onal.

¿Cómo se explica que el partido del Tramabús no recoja algunos de los votos del supuesto corrompido?

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