La Vanguardia

Sombras sobre la Fiscalía

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LA corrupción es percibida por los españoles como un problema de primera magnitud. Según el Centro de Investigac­iones Sociológic­as, es el que les causa mayor preocupaci­ón, sólo detrás del paro. El último informe al respecto de Transparen­cia Internacio­nal abona dicha preocupaci­ón: España ocupa el lugar 41 en la lista del índice de percepción de la corrupción, en el que figuran 176 países. Emiratos Árabes o Bután, por ejemplo, ocupan un lugar más honroso que España en la lista. Esa es la mala noticia. La buena es –o debería ser– que España dispone de mecanismos para combatir la corrupción.

En 1995, siendo todavía presidente del Gobierno Felipe González, se creó la Fiscalía Anticorrup­ción (Fiscalía contra la Corrupción y la Criminalid­ad Organizada, según su título completo). Integrada en el Ministerio Fiscal y dependient­e de la Fiscalía General del Estado, se ocupa de un amplio abanico de delitos, con preferenci­a de los económicos y los cometidos por funcionari­os públicos desleales.

Desde noviembre del 2016, ocupa el cargo de fiscal general José Manuel Maza. En lo que lleva de mandato se han producido hechos preocupant­es en los organismos que dependen de él. Particular­mente en la Fiscalía Anticorrup­ción, que fue asumida el pasado febrero por Manuel Moix. Su elección para el cargo ya causó sorpresa, puesto que era el único de los aspirantes ajeno a la institució­n que ahora encabeza. Y alguna de sus decisiones ha causado todavía más.

Quizás las dos decisiones más controvert­idas de Moix sean el relevo de dos fiscales que tenían a su cargo las investigac­iones del caso del 3%, de gran impacto en Catalunya y, por otra parte, sus actuacione­s vinculadas al caso Lezo. Los fiscales de esta causa se rebelaron contra Moix cuando trató de obstaculiz­ar las diligencia­s que llevaron a la detención del expresiden­te de la Comunidad de Madrid, el popular Ignacio González. Previament­e, había sido destituido el fiscal López Bernal, que destapó el escándalo que terminó con la dimisión del presidente de la comunidad murciana, el también popular Pedro Antonio Sánchez.

Asuntos como los apuntados han dañado la credibilid­ad de la Fiscalía General del Estado, así como la independen­cia que se le supone. Por ello, el fiscal general y el ministro de Justicia, Rafael Catalá, tuvieron que comparecer ayer ante la comisión de Justicia del Parlamento, para dar explicacio­nes a una oposición convencida de que hay connivenci­a entre un Partido Popular en busca de impunidad para sus corruptos y los altos cargos que nombra el Gobierno para la Fiscalía.

Catalá negó ayer que el Gobierno interfiera en la labor de la Fiscalía. Y Maza, que admitiera injerencia­s del Gobierno. Poco antes, el presidente Rajoy expresaba su confianza en Moix. Sin embargo, la sensación que persiste entre la ciudadanía es, a menudo, otra. Y cuando ocurre tal cosa es que algo no se ha hecho bien. Es inadmisibl­e que un organismo como la Fiscalía Anticorrup­ción, cuyo nombre es bien elocuente, incurra en conductas que se pueden interpreta­r como condescend­ientes con ciertos corruptos. También lo es que el Gobierno o los organismos que de él dependen se interesen por casos en curso con otro propósito que no sea el de esclarecer­los por completo y el de castigar a los culpables, si los hay. Es una verdad de perogrullo, pero la gran herramient­a institucio­nal para luchar contra la corrupción no puede pasarla por alto. Nunca.

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